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El único día

Cuento



Había una vez una viejecita de mirada bondadosa que pasaba horas cuidando las flores de su magnífico jardín. Los pájaros solían detenerse en las ramas de la frondosa acacia para mirarla remover la tierra con ahínco, regar los sinuosos canteros y arrancar los yuyos que crecían intrépidos aquí y allá. 

Al llegar el verano, la viejecita invitó a su pequeña nieta que vivía en la gran ciudad a pasar una temporada con ella. Juntas, se adentraron en las asombros que aquél pequeño paraíso les deparaba. 

La chica descubrió que la anciana amaba a todas las flores de su jardín pero se regocijaba especialmente con las azucenas que se abren de par en par en la mañana y se vuelven mustias al anochecer.

-¿Por qué te afanas tanto, abuelita, en regar esas flores que hoy crecen y a la noche se marchitan?- le preguntó.

-Porque durante el día que vivieron me dieron su aroma y su color. Ellas saben vivir en plenitud su único día de vida. ¡Tanto quisiera yo ser como ellas!
Cada día, la viejecita colocaba una vasija de agua dulce en la gran galería de su casa. Al verla, su nieta le preguntó:

-¿Por qué te esfuerzas tanto, abuelita, en dar de comer a esas mariposas que hoy nacen y que mañana ya no están?

-Porque durante el día que vivieron me dieron su vuelo y el arte grabado en sus alas. Ellas saben vivir en plenitud su único día de vida. ¿Cómo no darles algo de mí?

Una mañana, cuando el sol recién despuntaba sus primeros rayos, la niña vio a su abuelita caminando hacia la cocina. Sorprendida por su madrugar, la nieta se levantó de la cama y fue corriendo tras ella. Entonces vio a la mujer tomar una hoja del calendario y escribir algo en el anverso. Cuando la chica entró a la cocina la abuela se alborotó y con movimientos rápidos colgó el almanaque en la pared. Esta vez, la niña no se atrevió a preguntarle nada.

De repente, la mujer tomo la mano de su nieta y, cantando, la condujo hacia las profundidades de aquel verde universo donde abundaban los lirios aún bañados por el rocío de la mañana. La niña olvidó el episodio y se rindió a la placidez de aquél momento maravilloso. Gorjeó con los pájaros, bailó con las mariposas y regó a las azucenas salpicando a su abuela en medio de las risas. Al caer la noche, la niña se durmió en los brazos de la anciana y esta se sumió en el más dulce de los sueños... para ya no despertar. 
 
La pequeña creció con la dicha de aquél magnífico día tallada en su memoria, con el envolvente calor de aquel abrazo infinito.
Por fin, luego de muchas cavilaciones, la muchacha decidió regresar a la casa vacía del pueblo de su abuela, junto con su esposo y sus hijos a festejar la nochevieja.

Al despertar ese 1º de Enero vio a las azucenas asomar con el sol sus pétalos vibrantes para desflorar al volver la luna y las regó. Gozó del arte siempre distinto de las mariposas inquietas y les dio agua dulce de beber. La joven cantó junto al arrullo de los pájaros, danzó con las mariposas y salpicó a las flores y a sus hijos en medio de las risas.

Un hombre que caminaba por la vereda la vio a través de la reja y se acercó. 

-Me recuerdas a la viejecita que aquí vivía. Cada tarde, al volver de la escuela me sentaba en el escalón de la entrada y ella me contaba sus cuentos fantásticos. Gracias a ella soñé y aprendí a amar la literatura - le dijo.

Luego, una señora que pasó por allí le contó, con nostalgia, que la anciana le había dado un plato de comida cada mediodía cuando en la casa de su infancia solía faltar el pan.

Un joven se detuvo a contemplar el jardín y le relató que la dama del jardín le había hecho descubrir su vocación de músico al halagar la entonación de su silbido en el silencio de las siestas del pueblo. 
 
De pronto, la joven recordó los últimos momentos que vivió con su abuela y corrió a la cocina. Miró la pared. El antiguo almanaque seguía colgado allí. La hoja con la fecha de su partida lucía envejecida y dorada.

Con ansiedad rebuscó en el anverso de aquella página y reconoció la entrañable y temblorosa letra que decía: 

"Propósitos: Grabar en el corazón de mi nieta el más feliz de sus recuerdos. Vivir este día como si fuese mi único día de vida".

Fin

Autora e ilustradora: Sarah Mulligan (Todos los derechos reservados) 


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