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Cómo la Argentina podría beneficiarse de la presidencia Trump

La política proteccionista del próximo presidente de los EE.UU y su relación con Mauricio Macri son algunos de los elementos que podrían ayudar a configurar un escenario positivo para el país



A horas nada más del momento en que Donald Trump se convierta en el hombre más poderoso del planeta, en todas partes la pregunta central es: ¿cómo nos impactará este cambio drástico de rumbo que se avecina desde la Casa Blanca? Las respuestas sin dudas varían de acuerdo a desde dónde se las formule. Hay regiones o países que se verán afectados directamente si el millonario neoyorquino finalmente pudiera poner en práctica algunas de sus promesas de campaña.

China, otras naciones del Extremo Oriente, México y en menor medida América Central y el Caribe, serán los más perjudicados. De esta lista, los más alejados del gigante norteamericano sufrirán por los intentos hasta ahora exitosos de revertir la tendencia impulsada por la globalización de localizar fuera de su territorio plantas manufactureras destinadas a satisfacer la demanda estadounidense.

Los obreros blancos que viven en el cinturón industrial de los estados del norte, despedidos de esas fábricas que empezaron a mudarse desde hace algunos años, fueron la clave del triunfo republicano de Noviembre. Trump sabe bien que tiene que calmarlos rápido, aunque sea en forma parcial. Siempre en estos casos la volatilidad de opiniones es muy marcada y la frustración queda a la vuelta de la esquina. Para nuestros hermanos latinoamericanos del Norte, el problemas es bastante similar, a lo que se le suma el muro cada vez más alto con el que se encontrarán los millones de personas de bajos recursos que año tras año intentan sumarse al "sueño americano", un elemento clave en la contención de la pobreza y en la descompresión de las tensiones sociales en sus países de origen. Ni que hablar de la reducción de las remesas, en muchos casos el principal ítem de ingreso de divisas para aquellas habitualmente deprimidas economías.

Si bien todavía es algo prematuro poder establecer con precisión cuáles serán las decisiones que el nuevo presidente norteamericano tomará en materia internacional, ya pueden preverse al menos algunos rumbos. Los anuncios de cerrar parcialmente el mercado interno a las importaciones, endurecer la política migratoria, rever los acuerdos comerciales, romper con China y acercarse a la Rusia de Putin, son todas señales de que se viene un tiempo donde se intentará revertir el fenómeno de la globalización. Esto implica que es muy posible que el mundo vuelva a dividirse en bloques algo más aislados, en vez de esta economía plana que armaba cadenas de producción sin importar fronteras ni legislaciones nacionales, solo inspiradas en la eficiencia de costos incluyendo el de la mano de obra.

La Argentina puede encontrar grandes oportunidades en este mundo que se vislumbra. Como casi siempre en nuestra historia, en los últimos años hemos estado bastante aislados de todos estos procesos. Por nuestra habitual distancia, tanto geográfica como cultural, probablemente seamos uno de los países menos afectados por el cambio que se está gestando en lo alto del poder mundial. Nuestro esquema iniciado desde el retorno de la democracia y consolidado hasta el presente ha sido el de orientar nuestras exportaciones agropecuarias a China y en menor medida a Europa y las industriales al Brasil, donde también colocamos una parte importante de nuestros excedentes generados en las economías regionales.

Con los EE.UU., aunque hemos tenido una buena relación, nuestra agenda bilateral no gira alrededor del comercio o la inmigración, como en el caso de nuestros hermanos latinoamericanos de más al norte, aunque la relación ha mejorado enormemente en materia de seguridad, turismo, cultura, educación y otras áreas estratégicas en gran medida por la iniciativa y estímulo del embajador Mamet y otros diplomáticos de ambos países. Todos temas que permanecerán fuera del radar de los cambios del nuevo presidente. Si actuamos con inteligencia podríamos sacarle un buen provecho a este giro de la era Trump que se inicia. O al menos no nos veremos perjudicados directamente.

Los europeos seguirán demandando nuestros alimentos y los chinos continuarán engordando sus cerdos con forrajes argentinos, algo que aunque no suene demasiado digno ha sido el principal motor de crecimiento de nuestra economía durante la para muchos mal llamada "década ganada". Si Brasil se recuperara nuestra ecuación podría volver a la normalidad. Pero es claro que con esos dos componentes no alcanza. Si bien podría implicar crecer de nuevo, reducir el déficit fiscal y descomprimir las tensiones sociales, ya sabemos que ese modelo significa trabajos dignos para un porcentaje de nuestra población, rentas interesantes para otro, pero con un número grande de gente que se queda afuera y tiene que ser asistida por el estado a través de planes sociales. Ya lo vivimos, el tan ansiado desarrollo no se logra por ese camino.

La era Trump nos abre también otras posibilidades. Rusia pasará a ser un actor central y es mucho lo que se puede progresar en nuestra relación bilateral, no solo con inversiones en energía y otras areas aquí en nuestro país. Aunque parezca fantasioso hay un rubro donde podríamos contribuir de sobremanera con la nación más extensa del planeta. Como consecuencia de la Revolución de Octubre de 1917, los rusos han menospreciado y subestimado su condición de gran productor de alimentos. El comunismo venía a sanar las heridas dejadas por los sistemas de servidumbre rural de la época imperial y el "hombre nuevo" debía ser un obrero industrial, que contribuyera activamente a la artificial construcción de una potencia competitiva con los grandes de Occidente. Así se le dio prioridad a las fábricas en detrimento del campo. La Argentina con su enorme experiencia y eficiencia agropecuaria, podría colaborar y sacar enorme provecho de esta transferencia de conocimientos. Nuestras grandes exportadoras podrían pensar en operaciones binacionales, como lo hacen los brasileños en nuestras tierras o más lejos en el Africa.

En relación con los Estados Unidos, hay un hecho que nos es menor. Los Trump y los Macri se conocen desde hace años. No implica una desventaja el hecho de no haber concretado aquel negocio inmobiliario neoyorquino que los uniera décadas atrás. Todo lo contrario, se ubican bien y respetan mutuamente. Algo que no puede decirse de Chile, Brasil y tantos otros casos en los que el nuevo presidente de los EEUU probablemente no debe recordar siquiera el nombre de sus colegas. Con seguridad el hombre más poderoso del mundo escuchará las ideas y propuestas que desde la Casa Rosada puedan acercarle. En materia internacional, siempre ha sido muy importante el trato personal entre los líderes. Un pedido especial del argentino podría activar el apoyo de los EEUU al ingreso de nuestro país en la OCDE, por ejemplo. Con alguna inteligencia, Macri puede transformarse también en el portavoz e intermediario de toda la región. Hablan el mismo idioma y en cierta forma representan valores similares.

Otro asunto no menos importante y que puede contribuir al rol de la Argentina a nivel internacional es la figura del Papa Francisco. Es probable que al principio la relación entre el nuevo Emperador y el Vicario de Cristo no sea muy clara. Tal vez desde Buenos Aires pueda contribuirse a triangular algún acercamiento y entendimiento, teniendo en cuenta que ambos, más allá de los roces y peleas durante la campaña electoral, comparten ideas de fondo y tienen un aliado común en Rusia.

Pero tal vez la ventaja central de la era Trump radica en la posibilidad de encontrar un nuevo sentido a nuestro rol regional. Con la autoridad que nos da el haber renovado nuestro liderazgo el año pasado, salvándonos de seguir el camino trágico de Venezuela, la Argentina gobernada por Mauricio Macri podría convertirse en el principal promotor de una verdadera integración latinoamericana. Pero esta vez concreta y "a los bifes". No tan retórica, romántica y folclórica, como la inspirada solo en el odio casi adolescente hacia los Estados Unidos. Mucho tiempo se perdió con la cháchara chavista, algo hipócrita, de denunciar el olor a azufre que provenía del Diablo del norte, mientras que por el otro lado era el petróleo venezolano el que mantenía encendidas las hogueras de ese infierno capitalista y llenos los bolsillos de la "boliburguesía". La inspiración hasta puede venir de Cuba, en donde los hermanos Castro buscaron en los últimos años casi desesperados la llegada de cadenas de hamburguesas a la isla, epílogo cada vez más triste para la tan rimbombante revolución.

Es tiempo de cambio y la Argentina, conjuntamente con un débil y golpeado Brasil, podrían invitar a México a que vuelva a la familia regional. Mexicanos, centroamericanos y caribeños tendrán sin dudas que replantear su estrategia de vinculación con el mundo a partir del nuevo inquilino del Salón Oval. Lo mismo, aunque en menor medida, puede suceder con Colombia, Perú y Chile.

Es mucho lo que se tiene que hacer. Los problemas crónicos de la región no se resuelven con colocar exitosamente una cosecha en el exterior o exportar nuestra clase baja a otra latitud. Estas medicinas son solo parches, si no se generan las condiciones para un desarrollo sostenible. Tenemos que resolver viejos dilemas existenciales como la maldición de la corrupción endémica, la falta de representación e institucionalidad, la violencia y el narcotráfico, la baja competitividad y productividad de nuestras economías y el lastimoso rendimiento de nuestros sistemas educativos. Con 22 millones de km2 y una población joven, creciente y dinámica de más de 600 millones de personas, el doble de los estadounidenses, más del triple de los rusos, más que los europeos y la mitad de los chinos y los indios, sumado a las reservas de recursos naturales más grandes del mundo en innumerables rubros estratégicos, Latinoamérica no puede estar condenada al fracaso.

La Argentina puede hacerlo, porque ya lo hizo. Hace un poco más de 150 años, construimos una potencia a partir de un puñado de provincias pobres, despobladas y desangradas después de largas guerras intestinas. Con inteligencia, racionalidad y un plan de largo plazo armamos los cimientos de una patria, que llegó a brillar entre las primeras del mundo. Este sería un buen desafío para encarar las próximas décadas. Algo que pueda contener el ego maltrecho de este orgulloso pueblo que se formó con la mezcla de la sangre de millones de personas que dejaron sus tierras para forjar un destino mejor al fin del mundo. Una empresa ambiciosa y de envergadura como las que nos gustan a nosotros.

Sacando una ventaja inesperada de la llegada de Trump y sus políticas proteccionistas y de mayor aislamiento, América Latina debería animarse a crecer y desarrollarse sin importarle demasiado lo que se decida en Washington, como a ellos les importa bastante poco lo que decidimos en nuestras capitales. Aún si lo que deciden sea darnos la espalda. Es en este sentido, que si nos lo proponemos seriamente nuestro país puede tener un rol protagónico en el nuevos escenario. Por todo ello hasta podemos afirmar, con algo de audacia, que a los argentinos nos conviene Trump.



Fuente: www.infobae.com
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