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La pajarita que quería volar



Había una vez una pajarita de suaves y quietas plumas doradas que apenas podía mover sus alas dentro la jaula. Su amo era un solitario hombre ceñudo que la mantenía enjaulada comosi la pajarita fuese una cajita de música con movimiento propio y tintes de tornasol. Necesitaba tenerla porque al escuchar su canto maravilloso lograba calmar sus rabietas y suavizar un poquito su mal humor.

Cada mañana, elhombre aseguraba los cerrojos de la celda para evitar que su precioso objeto musical se escapara.Claro que élno llegaba a entender aquellas profundas canciones de su avecilla de plumas doradas. Y aunque esto desanimaba a la pequeña ave, igualmente estaba muy contenta porvivir allí pues no recordaba haber conocido por hogar otro que aquél rincón de blancos y delicados barrotes.

Cuando el hombre se iba a trabajar, la pajarita dorada canturreaba baladas de un cielo y de estrellas, de árboles y de flores que jamás había visto y hablaba de pájaros que volaban junto a ella, pese a que no había visto ninguno en toda su vida. Con sorpresa descubrió que el cantar a sus anchas aquellas canciones formidables la hacían más feliz.

Un buen día, la pajarita sintió ganas de trinar en voz más alta que de costumbre para que pudiera brotar aquella música deliciosa que habitaba en su interior. Descubrió que cuanto más chillaba, más músicasurgía, como un manantial que no tenía fin. Su amo, sobresaltado, se molestó con el clamor de su pajarita presa. Decidió,entonces, dejarla sin comida por un tiempopara debilitar el ímpetu de aquella criatura que en los últimos tiempos había ido dejando de contentar sus necesidades.

Sin embargo, el hambre no menguó las fuerzas de la pajarita dorada. Por el contrario, cantó con mayor nostalgia por el cielo perdido, por los caminos sin recorrer y por los cálidos encuentros con las aves de nidos hechos en ramas floridas.Sudeseo se volvió más hondo, su cantar más conmovedor y su gemido más intensoy penetrante. El hombre bramó con violencia porque no podía comprender la melodía de aquella criatura de naturaleza tan diferente a la suya. Al escuchar cada día aquel canto melancólico e intenso, su mente se encegueció, su corazón se hundió poco a poco en las tinieblas y comenzó a aborrecer a aquella pajarita presa de suaves y quietas plumas doradas.

Una mañana, cuando el clamor inundó su casa de un sonido agudo e insoportable el hombre supo que aquella cajita de música viviente había dejado de servirle. Aturdido por aquel ruido incomprensible, descargó su furia contra la pajarita que tanto había amado y sacudió la jaula de blancos y finos barrotes. En un estallido de cólera,hizo precisamente lo que siempre había procurado evitar y abrió la puerta de la jaula.

La pajarita miró calladamente a su dueño. Luego inclinó su mirada hacia el cielo azul que se asomaba por la ventana abierta de par en par. Sacudió impensadamente las plumas y reparó en que podía extenderlas. De repente, se vio a sí misma elevarse y encontró que el volar la llenaba dela misma dicha que el cantar.

Espantada por la furia de aquellos ojos que antes la habían mirado con amor e impulsada por la fuerza nueva de sus alas cruzó las fronteras de aquella casa oscura que la había cobijado,voló entre las ramas cargadas de flores,se detuvo en un nido con pichones de colores que gorjeaban y, por primera vez, rió.

La pajarita recorrió los cielos sin rumbo fijo, sorprendiéndose con el rumor de la brisa al batir de sus alas y con el remolino del cielo al esparcir sus gotas en los días grises. Sin pensarlo, había recorrido miles y miles de kilómetros. Tan entretenida estaba con las novedades que sintió ganas de hablarle alguien y comenzó a cantar mientras flotaba montada sobre el lomo del viento.

El sol bañaba las olas del mar y la arena resplandecía con el mismo fulgor de su cuerpo dorado cuando un vio a un pájaro de gran porte que se dirigía hacia el agua en un rapidísimo vuelo. El ave entonó una extraña melodía. Una suave nostalgia salpicaba sus versos. La pajarita se admiró al advertir que podía comprender el sentido de cada uno de esos trinos. Jamás habían escuchado sus oídos poesía semejante. De repente, el pájaro ascendió y se alejó. La pajarita continuó su solitaria danza mientras susurraba la canciónque había escuchado cantar al ave desconocida. Advertida de que la pequeña había quedado atrás, el pájaro cantor volvió hacia ella y entrecruzaron brisas y piruetas y fue tan bello el diálogo de cancionesque continuaron volando juntos en inesperado viaje sin fronteras.

El hombre ceñudo lloró largamente la partida de la pajarita dorada. Recién halló la paz cuando alguien le obsequió una preciosa caja de música que podía colocar en el sitio que él quería y cuyo sonido podía regular. Supo entonces que la pajarita no era una cosa sino un ser con el don de las alas y el vuelo para cantar. Poquito a poco se resignó a su lejanía.

Hay quienes han visto a la pajarita volar junto a un pájaro de grandes alas, buceando entre los soplos de la brisa. Y las niñas y los niños de los distintos parajes de la tierra se detienen a contemplar los destellos dorados que se esconden entre los rubores del atardecer cada vez que un hondo trinar de dicha atraviesa las hebras del cielo.

FIN


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