La profesión de agrimensor de campaña se asemeja en alguna forma a la de un confesor. ¿O era yo?
Lo cierto es que cuando llegaba a las chacras a realizar mi trabajo específico, me integraba con las familias. Este hecho se daba principalmente con las de menores recursos. Durante la cena y después de ella llovían sobre mí las confidencias de casi todos los integrantes. Al poco tiempo de estar en una determinada zona, conocía vida y milagros de los lugareños.
Y no por chismoso: lo que me contaban no salía de mí aunque lo supiesen todos.
Muchos de los sucesos eran dramáticos-cómicos, como el acontecido a Inocencia.
Su marido, mejor dicho ex-marido, me había contratado para medir su pequeña chacra -veintiséis hectáreas- en donde vivían Inocencia y su único hijo.
Al llegar, después de ubicarlo a mi ayudante y darle los arranques topográficos, volví al rancho que oficiaba de casa.
Mientras se abrían las picadas o se limpiaban los alambrados perimetrales, aprovechaba el tiempo calculando las superficies de otras chacras ya medidas. Generalmente en esos momentos, las mujeres me cebaban mate y charla va, charla viene, terminaban contándome sus menores infidencias.
Inocencia no sería la excepción. En cuanto me vio sentado y solo, trabajando en su mesa, me arrimó unos sabrosísimos tererés y me contó. . .
Ella se había juntado -muy común en la zona- con Ramón hacía veinte años. Todo marchaba sobre ruedas hasta que a su hijo lo llamaron para servir a la patria. ¡Que no hizo ella para evitarlo! Pero todo fue inútil. Se lo llevaron al Regimiento de Monte29, con asiento en Formosa, a 130 kilómetros de "El Recodo", donde residía. Aun así, aconsejada por el mandamás de la zona, decidió ir a la capital formoseña a intentar una última oportunidad. Para colmo, Ramón la había abandonado, según él, harto del nerviosismo de su mujer. Se fue a vivir a unos 700 metros de su vivienda con una mujer más joven. . . y, "menos plagueona".
Inocencia, que también estaba bastante harta de Ramón, no lo tomó tan mal. Viajó a Formosa y se demoró unos días en su infructuoso reclamo. Cuando regresó descubrió, entre sorprendida, colérica y lastimada, que Ramón, aprovechando su ausencia, se había llevado la cama matrimonial completa. . .
"y lo que es peor, Don Arnedo", repetía Inocencia: ..."hasta el mosquitero".
Colaboración: Carlos Arnedo - Fragmento del libro "Al Sur del Pilcomayo. Setiembre"