José era un travieso niño de alrededor de 11 años. Nació y se crió en Formosa, capital. Ciudad de calles y veredas anchas, muy arboladas, se presta a que los niños durante la siesta jueguen, mientras sus padres duermen tranquilos, pues la seguridad imperante en la zona se transmite a sus moradores.
Tenía dos hermanos, el mayor de 13 años y el menor de 9. Los tres formaban en trío perfecto en lo que de aventuras se tratara.
Su casa era amplia, confortable, de grandes ventanales que posibilitaban la entrada del fresco en las noches calurosas del verano. Poseía un patio todo cubierto de césped, que el padre de José se afanaba en conservar en óptimas condiciones, regándolo cada dos días, ya que el calor ese año se tornaba casi insoportable, y quemaba todo lo que estuviera cerca del suelo al que le confería una elevada temperatura. En el fondo había dos plantas de mangos, árboles de gran talla que año tras año hacia finales de diciembre, contribuían a la felicidad de los tres niños. Daban gran cosecha de frutos amarillos, carnosos, ovoides, sabrosos y nutritivos.
La casa lindaba con un baldío, terreno sin construcción en el que los vecinos arrojaban todo tipo de cosas. Por las intensas precipitaciones y los altos calores, la vegetación crecía lujuriante. Todo tipo de alimañas vivía allí.
Los chicos raramente jugaban en ese lugar, lo tenían terminantemente prohibido, pese a que la pared lindera no lo separaba totalmente y el acceso era fácil.
También, en el fondo, tenían un pequeño cobertizo donde se guardaban las herramientas con que mantenían el jardín. Entre esos útiles había dos mangueras: una, de reciente adquisición, estaba en uso; la otra, hacía ya un tiempo que permanecía tirada en el suelo.
Una tarde, esa tarde, ellos vagabundeaban por el patio, y a eso de las cinco y media, se levantó el padre y luego de tomar unos sabrosos y frescos tererés dedicó su tiempo libre al arreglo del jardín. Era para él motivo de relax, tanto físico como mental. Además, casi siempre compartía esos momentos con sus hijos y aprovechaba para transmitirles sus experiencias y conocimientos.
Cuando el fresco comenzó a aumentar, desplazando al calor, fue en busca de la nueva manguera y empezó a regar. Los chicos imitándolo agarraron la que estaba fuera de uso. Mientras el mayor la conectaba en la canilla y la abría, José jugaba en la otra punta soplando y chupando de ella. En un momento dado cayó hacia atrás. Todos pensaron que el aire acumulado empujado por la presión del agua, unido a su fértil imaginación había provocado su caída. Pero... a los pocos minutos se empezó a quejar de dolor de panza. Los padres primero le hicieron té de yuyos, pensando que tragó un poco de agua sucia que le hizo mal.
Pero no lo calmó y decidieron llevarlo a una clínica cercana. Los dolores arreciaban. Cuando llegó a la clínica ya casi había perdido el conocimiento. Los médicos después de averiguar lo que había pasado consultando a los padres, lo internan en terapia intensiva; el chico entró en coma.
Le sacan radiografías del estómago donde estaba centrado el dolor. Ellas indican que hay algo.
Poco después, José muere.
Los médicos piden autorización a los afligidos padres para realizar una autopsia. Estos se niegan al principio, pero después aceptan convencidos de que puede servir para salvar vidas en el futuro.
Los profesionales proceden a efectuarla y encuentran que José se había tragado, cuando aspiraba la manguera, una pequeña pero ya mortífera. . . Yarará.

N.A.: Tereré: mate frío.
Yarará: víbora muy venenosa.