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La mejor bailarina del mundo es argentina

Étoile de la Ópera de París y recientemente galardonada con un Benois de la Danse como mejor bailarina, la argentina se reencuentra hoy y mañana con su público de Buenos Aires; la pasión, como en la vida misma, el motor de su arte



¿Qué es un buen bailarín? ¿Y cuál el mejor bailarín? Ludmila Pagliero se toma unos segundos para pensarlo, no porque dude de la respuesta, sino porque tiene esa calma tan poco argentina en el hablar. Como el espejito de Blancanieves, hace exactamente dos meses un jurado notable, reunido en el Bolshoi de Moscú, le ha dicho que es ella la mejor del reino: le han otorgado el Benois de la Danse, premio que en este arte es equivalente a un Oscar. Y ahora está aquí, con sus grandes ojos cortazarianos, disfrutando del reencuentro con su país, el que dejó en el fervor quinceañero para lanzarse a una carrera que la llevó hasta una cumbre verdaderamente insospechada. Porque hay que recordar que, más allá del talento de siempre, su caso es único en los tres siglos de historia del tradicional Ballet de la Ópera de París: nunca antes una latinoamericana había sido ungida étoile de esa prestigiosa compañía.

Del fondo de la taza de café Pagliero saca entonces su definción. "Un buen bailarín es un bailarín con mucha pasión; una pasión que lo lleva a entregarse, en la búsqueda de mejorar y descubrir cosas nuevas siempre, incluso en obras que ya bailó cincuenta veces y que sigue haciéndolas con la energía y las ganas de la primera vez. Se necesita pasión como en la vida. Eso me gusta ver de un buen artista, no una estética ni una técnica." Y para hablar de los mejores, toma el caso de la ucraniana Ulyana Lopatkina (del Mariinsky, de San Petersburgo). "Entra al escenario -dice sobre la pelirroja, de gran porte- y con su forma de moverse te lleva a un mundo desconocido, al suyo. Tiene mística. Es impresionante. Lo que más recuerdo en El lago de los cisnes es su mirada, más que sus brazos y sus piernas. La transformación del blanco al negro. El mejor bailarín es ése que no sabés de dónde salió, o si es un extraterrestre, porque no puede ser que viva aquí. Son las Makarova y los Baryshnikov, o esos monstruos de la danza contemporánea que veo en tantas propuestas de hoy."

Other Dances, la obra de Jerome Robbins que le valió el famoso premio -compartido con otra rioplatense, la uruguaya María Riccetto-, le dio a Pagliero esa libertad de ser uno mismo sin artificios. "No tengo miedo de dejar fluir esa locura, la inventiva y la emoción. Si en el momento de adrenalina, de salir al escenario, me encuadro en lo que hay que hacer, me limito. Entonces: pase lo que pase, hasta si me caigo, voy a dejar que fluya esa locura que me nutre de emociones. No sé si yo formo parte del grupo de <>, pero me insto a seguir ese camino de libertad, de hacer cosas que no había previsto, las que me van a permitir enganchar al público y disfrutar de ese instante presente, no de lo que programé hacer."

-Solamente en un nivel tan alto puede un bailarín clásico pensar así. Es decir, ya alcanzada la perfección técnica e incorporada con naturalidad, podés despreocuparte de ella. Sería imposible si no entender que en un milimetrado Lago de los cisnes quieras "librarte a la locura".

-Por supuesto, lleva mucho trabajo. Ahora puedo hacerlo. Obviamente a los 20 no pensaba así, no era mi prioridad ni mi posibilidad. Pero en la medida en que uno va madurando entiende que lo que te sostiene en una obra de más de dos horas, con el cansancio físico y todo lo que conlleva, no es levantar la pierna diez centímetros más o hacer una pirueta más. Por supuesto, si viene la pirueta, uno la hará contento, pero no es la finalidad del espectáculo.

-Estás en la cima de París. Si seguís la carrera de la Ópera, te falta casi una década para el retiro, a los 42. ¿Qué ves en el horizonte para seguir creciendo?

-De a poco voy pidiendo o conversando con la dirección sobre la gente con la que me gustaría trabajar y las obras que quisiera bailar. Obviamente están los grandes ballets, pero siento ganas de experimentar, de ser parte de creaciones nuevas y de descubrir coreógrafos actuales. Desde que me nombraron étoile, en 2012, y por los dos primeros años, fueron todas novedades; ahora ya puedo empezar a proponer más qué hacer. Sé hacia dónde voy en una década: paso mucho tiempo preguntando e investigando sobre cuánto se necesita para montar un Lago, por dónde se empieza, cuántas chicas se necesitan.

-¡Ya te ves dirigiendo una compañía!

-Me encanta entender. Aprender la receta de la torta: hay una lista de ingredientes y un tiempo de cocción, y no se puede pasar, porque si no después es muy difícil recuperarla cuando se cayó. Todo eso me interesa. Tener 40 personas adelante. eso no se inventa, no se puede improvisar. Darle a un grupo una homogeneidad y un alma, no es fácil. Hay que saber comunicarse, no es solamente lindas líneas, lindos pies y todos iguales. Ése es uno de los trabajos más interesantes y difíciles que veo. Entonces pregunto, me paso horas; ya le dije a mi maestra que quiero fotocopias de todas esas carpetas donde guardan las anotaciones de los repositores que vinieron por años a enseñar las obras en la Ópera de París. Son cuadernos que valen oro.

-Viendo tu carrera completa, al principio eras mucho más intuición que reflexión, ¿con la madurez la cuota se dio vuelta?

-Sí, puede ser. Pero soy Libra: una balanza que va tomando pesos y entre esos dos puntos muy importantes que siempre estuvieron en mi vida, a veces se va mucho para un lado y hay que volver a equilibrarla. Con la madurez la intuición pierde peso, es verdad. Por por cómo sucedieron las cosas, llegué a un lugar donde tuve que aprender a adaptarme con arrojo y mucho ojo, porque uno no entra en un mundo desconocido como si no lo fuera; con mucho respeto, tuve que observar a la gente de frente para encontrar mi lugar. Pero muchas veces es el corazón el que manda y no la reflexión. Eso lo aprendí con la madurez.


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