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Donde todos se detienen, ellos continúan a pesar de los obstáculos

"Libres son quienes crean, no quienes copian, y libres son quienes piensan, no quienes obedecen. Enseñar, es enseñar a dudar", dice Eduardo Galeano. Tiene razón.



La educación lleva implícita en sus líneas la libertad. No puede ser de otro modo. Es así o no es educación. ¿Cuál es el lugar para lograr lo imposible, si no un aula?; ¿cuándo se está tan cerca de la utopía como allí? ¿Dónde está más presente la idea de que aquello que sembremos hoy, podría darnos frutos mañana?

Profes, maestros y seños. Enseñar tiene en su génesis un acto de fe en la probabilidad de crear una vida mejor: quien educa, lucha por crear vida, incluso en la aridez del desamparo. Los maestros, los profesores, los educadores tienen en sí mismos una de las tareas que brindan continuidad al mundo; son los encargados de transformar y construir la posibilidad de futuro con herramientas escasas, en entornos que, muchas veces, se les presentan adversos y frente a voces que les dicen que su trabajo "no sirve". Allí, donde todo el mundo se detiene, ellos continúan.
Mi mamá fue mi primera maestra, la que me enseñó dentro y fuera de las aulas. Mi mamá, mi maestra. La de siempre. Me enseñó que la integridad tiene el valor de lo irrenunciable y que lo justo es así, más acá o más allá, a pesar de no cotizar en la bolsa. Me enseñó que las esdrújulas siempre llevan tilde y que camino no es lo mismo que caminó, que lo segundo tiene implícito una decisión. Me enseñó que las sumas son más fáciles pero también hay que remarla en las divisiones. Me enseñó a leer y así me hizo libre. Y después tuvo que aprender a bancarse lo que había creado. Me enseñó que lo bueno no es suficiente, si podes hacerlo mejor. Y a partir de allí, lo exigió. En todo. Me enseñó a escribir, pero me dijo que las palabras deben bañarse de la pasión de vivir; de lo contrario, no sirven. 

Yamile

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A lo largo de la vida, uno se cruza con al menos un maestro que marca quiebres, instancias, inicios. Recuerdo que el jardín mi aburría, que lo dejé y empecé directamente el pre-escolar. Con hermanos grandes y una educación estimulada, desarrollé tal curiosidad que volvía locos a todos. Un día, mi abuela, profesora de lengua y literatura del secundario en ese entonces, agarró un cuaderno con hojas vírgenes, y en las primeras páginas, escribió el abecedario. Dibujóuna letra cada dos renglones; primero, cursiva, luego imprenta mayúscula, después minúscula. "Vení, repetí conmigo", me dijo, y me hizo completar los renglones, imitando cada letra suya perfectamente trazada. Al principio me costó, pero ella me desafió: "Dale, de nuevo. Cada vez te saldrá mejor, lo importante es intentar". En ese momento, mi abuela, quien hasta el día de hoy prefiere que la llame con su nombre de pila, sembró en mi cabeza de cuatro años la insistencia y el esfuerzo.
Las caritas felices de la maestra Elina de 1er año rojo, significaban algo más que un juego. Nos ponía una, dos, y hasta cinco caritas en el cuaderno, en función de nuestra conducta: si terminabas la tarea a tiempo, no molestabas al resto y permanecías callado y con la cola en la silla, te llevabas cinco caritas felices a tu casa. A veces variaba, dos tristes, tres felices, por ejemplo. Un día, la maestra empujó al espíritu inquieto de algunos, para que, una vez terminado su deber, ayuden a los compañeritos que tenían dificultades. Otro día, nos invitó a pasar al frente, trabajamos directamente en el pizarrón, solos pero en grupo, nos equivocamos juntos y también así, lo resolvimos. Ese día, la señorita Elina llenó de caritas felices el pizarrón. Ese día, la seño, me enseñó que el compañero puede ayudar a cambiar las caras tristes por felices y entendí que en grupo, las cosas salen mejor.

Daniela

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La "seño" Mirtha de primer grado fue quien guió mis primeros pasos en la escuela primaria. Fue la que con dulzura y una mirada maternal, nos acogió al pasar de un salón lleno de juegos y diversiones a un aula donde debíamos aprender a estudiar para la vida misma, donde realmente comenzamos a adquirir nuestra identidad.
Con mucha paciencia y amor, nos supo conducir hacia el conocimiento, hacia los valores, hacia el compañerismo y la solidaridad. La seño Mirtha, tuvo que abrir un mundo mejor para sus alumnitos de 6 años que tenían a su heroína frente al pizarrón vistiendo cada día un guardapolvo blanco con una mirada de cielo profundo y una sonrisa, esas que salen del corazón. 

Carolina

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Recordar sobre enseñanzas, maestras y maestros que dejaron algo en mis recuerdos se torna difícil, por el hecho de tener alguien en mi hogar que es Maestra dentro de la escuela y de casa: la "Seño" Silvia, una mujer a la que muchos hasta el día de hoy a pesar de los años siguen reconociendo y agradeciendo por lo que dejo impregnado en su ser, y a la que yo tengo el gusto de decirle Mamá.
A veces escuchamos, "hay cosas que se aprenden en casa", y otras veces "eso lo ves en la escuela"; pero la verdad somos una construcción de las dos cosas, y con el tiempo te das cuenta que tanto aprendiste de cada lado. Debo decir que aprendí más de ver como la "seño Silvia" pasaba horas despierta para seguir estudiando, mejorando, y darle lo mejor a los niños que cada mañana la saludaban, y a pesar del cansancio siempre tenía un beso y un abrazo preparado para sus dos hijos, no importaba lo temprano de la mañana o lo tarde de la noche, el agotamiento, o cualquier cosa que pueda pasar en ese momento, siempre estaba ahí. 
El esfuerzo, el honor, la verdad y por sobre todo el trabajo duro en soledad o en equipo es lo que nos deja cada día y aunque a veces incomoda ir cada dos o tres cuadras parando al escuchar "hola seño Silvia", eso demuestra que no solo lo deja en nosotros, sino en la infinidad de alumnos que pasaron por la escuela que tanto amó.
En el día en que ya tus alumnos crecidos te dicen "Señora Silvia", yo te digo, feliz día... Complétalo como quieras, Feliz día silvita, feliz día ma', feliz día mama o mi preferido feliz día mami, pero que sea feliz.

Mario

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Mi niñez estuvo marcada a fuego por mis maestros, que han sido dignos ejemplos de educar no sólo en el conocimiento sino sobre todo en lo emocional, donde el compartir fue la premisa fundamental en este sentido. La Escuela San José Obrero siempre se caracterizó por contar con docentes férreos en su tarea, sin desmayo alguno. Dignas personas que han sabido sembrar en sus estudiantes un don de gente que muchas veces hasta el Sistema Educativo como tal olvida.
Recuerdo a muchos maestros y profesores en áreas especiales que dejaron una marca indeleble en valores que guardo para cada momento de la vida. Desde la entonces directora Elena De la Fuente, pasando por maravillosos maestros, como el Señor Emilio Benavente, Ada Guillermina Escobar María Rosa Gómez Emilce Bóveda de Saliva Virgilio Roque Agüero, un hombre con tanta dignidad; Carlos Almenara en Música Gustavo Galeano y Martín Salto en Folklore Martina en Agropecuaria Perla en Actividades Prácticas Norma en Plástica Doña Ina, un poco maestra, madre, cocinera, psicóloga, una mujer tan inmensa.
Asimismo, el colegio secundario supo incentivarme el gusto por el conocimiento. Y en este sentido recuerdo a docentes que han sabido sembrar y alentar en mi persona el pensamiento crítico. Malena Recalde, Graciela Regondi de Gallardo, Dolores Paredes, Vilma González y Antonio Prieto han sido claros ejemplos y guía. 
 
Washington



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