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Virgen del Pilar: con la iglesia como sostén y la identidad como motor

Cuando llegué era un desierto, pero eso no me asustó. Estaba seguro que llegaría a ser una gran cosa", comentó un vecino; "Es el barrio más hermoso de Formosa, soy Fanática de mi barrio", dijo otra.



La amistad, la familia, el amor, el trabajo. Valores que hacen -que hicieron- al barrio Virgen del Pilar. Un barrio que fue siempre chiquito y confortable, incluso desde sus inicios, cuando era la Chacra 42, cuando no había rastros de pavimento, ni agua corriente, pero sí la fuerza interior suficiente para sacarlo adelante. Tranquilo, prolijo, unido, así se lo ve ahora y así lo sienten sus vecinos.

En la plaza, un grupo de chicos de entre 13 y 16 años se pasan la pelota; están esperando -dirán-, que el marido de Doña Irene, la encargada de la Capilla Virgen del Pilar, les abra la puerta de la canchita. No son todos del barrio, algunos son primos, amigos, de las zonas vecinas, y se eligen encontrarse en esa plaza, en esa canchita.

En el barrio, vive de todas las edades, pero niños hay pocos. "Acá hay principalmente abuelos, por eso es tranquilo", comenta un señor, detallando que "aún quedan algunos de los que llegaron cuando no había nada y con su esfuerzo, lo fueron haciendo". También dirá que están otros, "los que se mudaron cuando ya había algo, pero no suficiente, y que también aportaron". De una forma o la otra, las familias tradicionales de 'La Pilar', como gustan llamarlo amistosamente, se fueron consolidando: Jara Lunghi, Domínguez, Gayoso, Cáceres, Caballero, Rojas, Núñez, por nombrar algunos, todos parte de la comunidad vecinal pro templo, del Padre Carmelo. Gleria y Medina, también, dos conocidos y reconocidos de la zona que relatarán en primera persona, la historia del barrio.

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Doña Agüicha 

A sus 74 años, María Agustina Medina, habla de su barrio como quien construye un anhelo: "Vivo desde los 2 años en el barrio más hermoso de Formosa. Siento orgullo, soy fanática de este lugar", expresó con luz en los ojos. Maestra, costurera, salesiana y dueña por 25 años del kiosco-almacén ubicado frente a la Plaza Intendente José Borraspardo, el negocio que la hizo conocida en el barrio: ¿Quién no conoce a Doña Agüicha en la zona? Aparentemente, nadie.

"Tuvimos que cerrarlo" lamentó, incluyendo en la expresión a su marido. "Hace un mes terminó todo.Dejamos un negocio con excelentes clientes, del barrio y de los aledaños. No me dan los números para trabajar como quiere el Estado, no podemos andar detrás de nuestro dinero, no tenemos ganancia. Fue una tristeza enorme, pero lo bueno es que pudimos vender todas las cosas de inmediato y ahora vamos a alquilar ese espacio. La gente también se apenó mucho, me decían que no cierre, 'yo le voy a comprar', me insistían; porque nosotros teníamos siempre abierto, desde las 7 hasta las 22.30 y le sacamos de apuro a más de uno", comentó.

Cuando Agustina llegó con su familia, "todo era un monte". Así describió, y mirando a la esquina donde hoy hay monoblocs, señaló: "Ahí no había nada, unos pocos ranchos construidos de manera precaria, donde vivía un matrimonio, los Maidana, muy buena gente por cierto, cuando mi hermanito falleció, ellos acompañaron mucho a mi madre. También, al lado de un gran árbol, vivía Marta, una aborigen; era amiga mía, recuerdo que cuando su padre murió me pidió que rezara por él, y yo lo hice". 

Explicó que su tarea activa en la capilla, comenzó desde entonces y hasta el presente, continúa. Durante 27 años fue maestra en la escuela para adultos que funcionaba allí, en el piso de arriba de la capilla y ahora se aboca exclusivamente a la organización de los bautismos. "Nunca es tarde para aprender, muchísima gente adulta estudió allí", contó, recordando un trabajo particular que no pudo evitar ir a buscarlo. En minutos, Doña Agüicha apareció con una carpeta, con recortes de una sección del Diario la Mañana, sobre la historia de las calles de la ciudad. Un trabajo documental completo y-se auto elogió- "hermoso".

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Don Gleria 


En una casita clásica y ordenada, Osvaldo Gleria vive con Titina, su mujer. A sus 83 años, y con más de 60 viviendo en el barrio, se reconoce en el paso del tiempo, donde vio crecer al La Pilar y fue parte de ello. Vino del San Miguel a los 18 años con quien fuera su primera esposa, y no se fue más. "Pusimos una chapa y nos fuimos armando", comenzó a relatar.

"En el 58, entré a trabajar como operador de radio en Radio Nacional, también estuve en la policía, en la parte de comunicación, y eso me dio oportunidad de tener este terreno. Cuando me ofrecieron era un desierto, pero eso no me asustó. Estaba seguro que llegaría a ser una gran cosa porque se estaba pavimentando la ruta 11, estaba por terminar el puente cercano a Puerta Vela y además, pensé, 'si el San Miguel, la chacra 8, después de la guerra del Paraguay se convirtió en un gran barrio, aquí sucedería lo mismo". Don Gleria fue un visionario y así, se montó a la aventura, considerando también que la terminal de ómnibus se construiría en los alrededores de su casa. "Gracias a Dios Fue así", afirmó.

Sin una pregunta que lo direccione, eligió hablar de las calles y del agua: "Traíamos el agua en un carrito, de un pico público ubicado cerca del salón de la rural. En ese entonces no había caminos, sino senderos, y de a poco las calles se fueron marcando", relató, como quién ya había contado muchas veces la historia. "Luego se empezaron a abrir las calles, y tuvimos una forma más ordenada, la Fuerzas Aéreas, la Armada Nacional, aunque eran de tierra, bastaban para arreglarnos", agregó.

Para ir al centro, recordó, tomaban la calle Hipólito Irigoyen, una calle que aún no se termina de pavimentar. Lo mismo, sucede con la José María Uriburu y las áreas de los pasajes, que según describió, "son zonas de barro". Aun así reconoció: "Después de todo y de tanto, estamos tranquilos". Durante 9 años, o más, los vecinos de La Pilar, esperaron la llegada de la luz y del agua. A Osvaldo le importaba tanto la situación, que decidió, hasta que ello suceda, construir un aljibe en su casa para uso vecinal. "Me sentí solidario con el resto de las familias y eso me pareció muy importante ya que ellos, lo serían también conmigo. Así fue", reflexionó.

Así describe a su barrio Don Gleria: "solidario". "Solidario y especial", agregará su señora, que desde el primer minuto, estuvo escuchando atenta su relato, intentando aportar algún comentario en cada silencio.



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