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Del Villa Luisa al Mariano Moreno de siempre



CRÓNICAS DE BARRIOS-

En el Mariano Moreno la identidad es fuerte; los que siguen allí, los hijos de los primeros, los que ya se mudaron a otros barrios o a otro pueblo, todos quieren hablar de su barrio. Es grande, antiguo y no ha cambiado mucho en este último tiempo, su crecimiento es más bien disparejo: falta pavimento, algunos comercios, pero coexiste un florecimiento de departamentos. Claro que hay cuestiones por solucionar, pero "el barrio es el de siempre y eso -según justificarán-, lo hace el mejor".

Paso a paso

El Mariano Moreno fue uno de los primeros barrios en ser trazado bajo la nominación de Lote Rural N° 59, ubicado dentro del área de la ciudad establecida como "colonia". A partir de 1950 ya reconocido como "Villa Luisa", comenzaron a llegar asentamientos, de forma aislada primero, potenciándose la población llegando los 70. Algunos se hicieron solos, otros fueron designados para ocupar la zona de viviendas, se levantó la capilla, luego las escuelas, un jardín y hasta se hizo un club de fútbol infantil. Todo a pulmón, con la perseverancia de los vecinos y el impulso especial de los salesianos.

"Las obras que el padre José María Ortuondo, Enrique Ferlini y Luis Tiberi hicieron, es impresionante. La tarea de los salesianos se extendió hasta Herradura", expresó Durbal Castellanos, un voluntario que desde sus 13 años acompañó a los religiosos, cuya vocación social y sacerdotal sembró semillas en tantos barrios, incluido el Mariano Moreno. 

"Vivía con ellos en el Don Bosco, estaba encargado del aserradero, entre otras actividades. Mis padres estaban en el Mariano Moreno y los visitaba cada fin de semana", mencionó para luego explicar que por el impulso del padre Luis, fue posible levantar la capilla, la escuela y también formar una escuelita de fútbol en el ex-Villa Luisa, todo primero bajo el nombre de: "Ceferino Namuncurá", hoy denominado Domingo Savio. 

"El colegio se inauguró finalizando los 70, pero la tarea en el barrio la empezamos mucho antes, cuando no había nada. El predio donde actualmente se ubica la escuela y la cancha, era conocido como 'el montecito' y estaba habitado principalmente por aborígenes. En frente, en la zona donde hay un gran complejo de departamentos, había un algarrobo caído. Allí, cada tarde de sábado y domingo, dábamos la catequesis a los pobladores. Así nació la necesidad de contar con una capilla", describió.

Durbal, que hoy tiene más de 60 años y poco menos de 50 dedicándose al servicio social, comentó que pidieron una reunión con el entonces intendente de la ciudad, el coronel Alfonso Ruggero, quien les cedió el área de los montes para sus obras. Nostálgico, recuerda las idas y vueltas antes de derribar los árboles llenos de historia que dieron espacio a la escuela. También, los inicios de la capilla: "Los primeros tirantes los pusimos pasando 1970, hicimos una capilla chiquita con las maderas del aserradero Don Bosco. Yo, así de joven, ya era catequista. En esa época no había timbre, entonces cortamos la llanta delantera de un tractor, colgamos en la punta de una clavadura y con un hierro le dábamos golpes. Ese era el llamado a la misa los días domingos, así venían de lejos, iban llegando a la celebración", relató y remató: "Antes no había muchas herramientas, pero hacíamos de todo".

"El mejor club" 

Desde Juárez, Enquique Gauna envió su aporte: "Mi familia fue una de las primeras en habitar las viviendas del Mariano Moreno. Yo ahora me mudé al interior", dijo, envió una foto y pasó a describirla: "Año 1985, estamos en la cancha del mejor club de Formosa, Domingo Savio. De izquierda a derecha: el tercer chico es Gustavo Aldo Paredes, que luego jugó en Boca, en Ferro y en San Lorenzo". Todos acompañados por Don Ibarra, el primer director técnico, cuya tarea continuó Don Florentín, ya a mediados de los años 80, en la explosión de los torneos interbarriales de fútbol infantil.

"Hoy el club sigue de pie y con más fuerza. El quipo de las chicas llegó a la B y cada vez son más los chicos que se suman", lo aseguró Alida, una vecina que vive en frente de las canchas. No es que sepa todo sobre fútbol, pero sabe sentarse cada sábado en su vereda y saborear un buen partido del equipo de su barrio.

Vecinos que se quieren 

"Nosotros llegamos a mediados del 60 en paralelo con algunos de los vecinos, pero no había nada de nada, todo era un monte con algunos caminitos marcados", empezó a relatar Anselma Jara de Toledo. Recordará los primeros tiempos del barrio cuando los servicios y las condiciones de vida eran escasas y mirará orgullosa dónde está parada hoy, en el mismo lugar pero con tantos cambios: con nietos y bisnietos, con su calle pavimentada, sin dos de sus seis hijos, con más dolores en el cuerpo, sin el almacén Garrido ni "el local del liberal", pero aún rodeada por vecinos que se quieren, se ayudan y se acompañan, según irá definiendo.

"Mi marido era policía y yo vendía verduras, con eso fuimos haciendo nuestra casita. Recuerdo, yo salía pasadas las tres de la mañana a trabajar, me iba hasta el mercadito a juntar verduras y luego vendía por los barrios. Tenía un carrito de dos pisos, arriba ponía la mercadería y abajo, lo acomodaba a mi bebé. Empezaba a caminar a partir de las 8, y venía por la calle, en dirección al barrio. Llegaba cerca de la una, justo para preparar a mis hijos más grandecitos y mandarlos a la escuela. Así, logramos, de a puchito, construir nuestra casita", expresó.

Ausencias 

Anselma, como tantos vecinos, lamenta la falta de pavimento: "El barrio Obrero está completo y aquí la mayoría de las calles son de tierra", dijo celosa luego de manifestar que "el avance es muy lento". "Cuando dijeron que iban a pavimentar la Fotheringam -su calle-, hicieron primero el pozo y quedó así durante mucho tiempo. Había de todo, hasta yacarecitos. Nosotros teníamos un lago en la puerta de nuestra vivienda", recordó entre risas. "Hasta que al fin se terminó", agregó. Los Toledo tuvieron suerte, pero esa racha no siguió para el resto del barrio. 
El cemento, una plaza, son demandas tan visibles como "la seguridad" de los últimos tiempos, según atribuyeron algunos vecinos. "El barrio se ha vuelto más peligroso", dijeron. "Me robaron la bici del patio de mi casa"; "Lo golpearon a mi marido, sin necesidad y sin quitarle nada"; "Los chicos andan consumiendo muchas drogas", fueron algunos testimonios. Aun así, indicaron que "todavía se puede sentar en la vereda" y que pese a los episodios, la tranquilidad sigue siendo una característica del barrio, al menos hasta la tarde.


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