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La esencia invisible del barrio Obrero



No es fácil mirar al barrio Obrero con ojos sensibles sin conocer su historia. Los que crecieron allí o apenas vivieron un tiempo entre las 70 viviendas de techos en punta destinadas a los obreros de las fábricas, uniformemente ubicadas en las manzanas que nacen sobre la avenida Pantaleón Gómez, y los asentamientos precarios de familias aborígenes, en zonas que en un principio eran inaccesibles e impensables para vivir, tienen un cariño particular.
 
Los que jugaron un partido de fútbol en la cancha de León, los que fueron a estudiar a la escuela N°224 Fortín Yunká, o solo a desayunar; los que vivieron la llegada del pavimento y sintieron que le ganaron la partida al Villa Luisa -hoy Mariano Moreno-, donde el cemento sigue siendo solo un deseo; los que hicieron cola para juntar agua de la canilla pública de la esquina de Salta y Filho, o hicieron las compras semanales en el almacén de Doña Mechenga o en lo de Doña Pepa y fueron a bailar a Beto Ven y participaron de la comparsa Maracaybo o conocen a alguien que lo hizo, podrán entender la sensibilidad de un lugar que creció por el trabajo y el empuje de unos vecinos solidarios, que amaron -o aman-, su barrio. Los que no, bastarán algunas historias, anécdotas sueltas, para percibirla.

BETO BEEM

Jorge Luis Ortiz, más conocido como Beto, llegó al barrio a los 9 años con su abuela. Se asentaron entre otros ranchitos desparramados por el monte, en el mismo lugar donde hoy tiene un salón de eventos que en sus mejores tiempos fue un boliche, su casa y una radio. "Yo nací en Mojón de Fierro pero viví acá toda mi infancia", empezó a relatar una historia donde la pobreza no fue un obstáculo para crecer, hacer amigos y estar orgulloso de los logros propios y colectivos.

"Este barrio era el famoso 'Curé Cuá', que significa el chiquero del chancho, donde va toda la mierda; primero, porque era un asentamiento de gente muy humilde, una zona de aborígenes, y segundo porque el desagüe cloacal caía en el barrio. Teníamos el sanjón acá, entre nosotros. Y bien en frente de casa (esquina de Armada Nacional y Ayacucho) había un gran basural", expresó con picardía y empezó a recordar: "Con montoncitos de madera que sobraba de la carpintería que estaba por la Pantaleón Gómez y Ayacucho, hacíamos un rejunte y construíamos los ranchitos y los mojoncitos".

"Joga nos hizo el desagüe. Pero mucha gente corrió de aquí", expresó Beto y lamentó el desprecio y la exclusión que recibían por ser "del pobrerío". Con el tiempo, con el aporte de algunos gobiernos y el trabajo de los vecinos, las cosas se fueron revirtiendo y este fue el escenario que llevó a Beto a convertirse en uno de los vecinos más conocidos y valorados. "Como todo joven, yo tenía ganas de hacer algo por el empuje de nuestro barrio. Eramos de la generación de El Túnel, en la zona teníamos algunas pistas como '28 de Marzo', '8 de Diciembre', pero no teníamos boliches. Por eso nació 'BETO BEEM', el boliche del Obrero, donde todos eran bienvenidos", comentó.

Inauguró su boliche luego de casarse con su esposa, quien adoptó al Obrero como suyo. "Fue en el '73, cuando volvió Perón, cuando volvimos a comer carne", contextualizó atajando una lágrima, y con risas nostálgicas, acotó: "Mi barrio no podía estar tan postergado. Teníamos chozas, pero boliche. En el barrio habían dos dj de El Túnel, Ortigoza y Cañete, yo andaba detrás de ellos. Cuando ellos compraban 15 discos, yo compraba cuatro. No estaba a su alcance", agregó.

Beto Beem fue el primer boliche cerrado del barrio, luego se convirtió en pista, y cuando la competencia fue mayor, se cerró: "Con El Pajarito, Mi Ranchito y Rincón Florido, se volvió muy duro, y lo dejé. Duró hasta el '86. Además, ya había muchos problemas, los chicos peleaban, yo tenía hijos varones y no quería incentivarlos a que sigan en ese ambiente". Hoy ve, cómo un zanjón y un basurero se convirtieron en un lugar digno y habitable, y cómo, con el amor y la insistencia, "los del pobrerío" pudieron salir adelante.

"LA POBREZA TE ENSEÑA 
CUALQUIER COSA"

"Al barrio además de Curé Cuá, le decían la Lona, porque Beto cerró su boliche con una gran lona". Así describió el barrio, Doña Agustina Piedra Buena, conocida como "la abuela" y la partera del barrio. "Llegué hace 50 años, ahora tengo 88. Ahora me cuesta, pero yo andaba de partera de aquí para allá", se presentó. ¿Usted es enfermera o cómo adquirió los conocimientos?, le preguntó esta cronista. "La pobreza te enseña cualquier cosa", contestó. "Ese era un favor, no un trabajo". 

Cuando alguien necesitaba ayuda de parto, la llamaban a Agustina. "Coca, la partera del hospital era mi socia y me enseñó algunas cosas, si yo podía sacar del barrio a la mamá, se la mandaba, si era muy urgente, yo no más la atendía", comentó con picardía y ejemplificando, contó la escena como si estuviera ahí: "Había un bebé que estaba por nacer de pie. Y ya viene, y la ambulancia que no llega y que hay que sacarlo urgente. Entonces nació conmigo, de pie. Lo que más costó fue la parte de la cabeza, pero salió, una hermosa nena".

Agustina es una señora con luz en los ojos, es la abuela del barrio. "La última vez que conté, tenía 35 nietos, pero sin contar los del corazón. Acá todos me dicen abuela y eso me genera respeto", expresó. En su memoria persisten algunas personas que vivieron en su cuadra, algunos siguen allí, otros tomaron otro rumbo, a varios les perdió el rastro. "Lo que hice en el barrio es incontable. Nos ayudamos entre todos, y así la fuimos llevando".

"En frente, donde hoy hay una casa rosa, vivía una familia muy pobre, en una casita bajita. Y murió el señor, en setiembre, y no hay cajón porque no hay forma de comprar. Entonces junté tablas y le hice el cajón", contó entre risas. Agustina mezcla los tiempos verbales y habla en presente como si viajara al pasado."Esta era una zona de aborígenes, si sabés tratar con ellos, son buenísima gente. Juan Martín se llamaba el que vivía en frente. Sus hijos si me encuentran, me abrazan. Pero ya no sé más nada de ellos. Yo no salgo más sola, tengo miedo de caerme".

Tiene 5 hijas, 2 hijos, muchos nietos y un montón de bisnietos. Tiene una historia de vida llena de anécdotas, donde no hay lugar para los recuerdos dolorosos. "Hoy el barrio es un espectáculo. Antes, ni el camión entraba, si lo hacía era para quedarse. Nos levantamos todos juntos y así, caminamos", resumió.

LA CANCHA DE LEÓN 

En el Obrero siempre la diversión estuvo asegurada. Donde hoy hay casas y pasillos, sobre la Territorios Nacionales y Salta, una vez, hubo una cancha: la famosa cancha de León, impulsada por los hermanos Ibarra e Isabelino Ramos. 

"Era un terreno fiscal que se ocupó para hacer una cancha. Con el tiempo fue entrando gente, usó el terreno para hacer su casa y la cancha pasó de ser de fútbol 11 a tener el tamaño para un 7x7, y luego desapareció", narró Benito Benítez, más conocido como Tunto, uno de los organizadores de campeonatos. "Yo tenía mi equipo, 'Los Leones', hemos jugado mucho contra los del Villa Luisa, del Villa Hermosa, equipos de todos los barrios", agregó.

"Jugaba el que quería jugar, se armaban partidos lindos, venían las hinchadas al populoso barrio Obrero, pero muchas veces terminaban a las piñas", contaron otros vecinos.




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