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Sospechas

Columna de opinión del doctor Benjamín Fernández Bogado



Gran reacción se ha dado no sólo en el Brasil sino en el mundo luego de conocerse la condena superior a la solicitada por el juez Moro al expresidente Lula. Han sido 12 años y un mes para el ícono de la izquierda brasileña y generador de grandes esperanzas y decepciones. Es bueno hacer algo de historia. Lula ya se salvó al inicio de su mandato del "mensalao", que no era otra cosa que el pago de una considerable suma de dinero cada mes -fruto de la corrupción- a congresistas afines. Fue su mentor José Dirceu quien pagó las consecuencias y permitió zafar de responsabilidades al exlíder de los metalúrgicos. Nadie creyó en ese momento que todo había sido sólo algo orquestado por Dirceu sin conocimiento de Lula. Aquello no le sirvió de lección y estalló hace unos meses el escándalo del "Lava Jato" que llevó a prisión a uno de los hombres más ricos, conservador y de derecha: Marcelo Odebrecht. En ese momento, las voces que defienden hoy a Lula no levantaron un solo testimonio condenando el fallo de la Justicia. Para ellos, era de otra clase social y se merecía estar en prisión.

La cuestión se complicó cuando el empresario se acogió a la delación premiada y comentó cosas que nadie en el poder hubiera querido que se supiera. Acabó con la presidencia de Dilma, metió preso a altas autoridades del gobierno como el exministro de Hacienda de Lula y Dilma quien no tuvo empacho en afirmar que el expresidente es una persona despreciable y que sabía todo en torno a la corrupción. ¿Cómo no saberlo? Estamos hablando de algo más de 11 mil millones de dólares, monto que si no lo supiera lo hacía tan responsable como si hubiera participado directamente del mismo. Nadie se roba ese monto con una empresa como Petrobras, de cuyo directorio formó parte la misma Dilma Roussef.

La notable y asombrosa Justicia brasileña está operando como elemento depurador de la política de su país. Uno de sus miembros en su fallo de la pasada semana recordó que en una República nadie está por encima de la ley, incluido el expresidente, y en un fallo unánime los tres miembros del tribunal de alzada no sólo condenaron a Lula sino que le aumentaron la pena. No le queda otra opción más que jugarse al rol de la víctima aunque no le cierran los argumentos. Todas las sospechas apuntan a su responsabilidad y aunque pueda ser popular para algunos, él no se encuentra por dicha razón exento de responsabilidad penal. Amenazó con una conmoción interna y de que su condena podría desencadenar un cataclismo político. Las cosas no parecen estar enderezadas en ese territorio y lo único cierto que parece darse es la confirmación del hartazgo de la sociedad a los privilegios de los políticos, sean estos de derecha y de izquierda. Los hay más de estos últimos ahora, porque han gobernado más de 10 años y los montos de los que se habla confirman el aserto que en Brasil todo es "o maior do mundo".

No hay espacios para las victimizaciones. Hay que limpiar América Latina de los corruptos, sean de derecha o de izquierda. Son ellos más que nadie los responsables de la pobreza, marginación e inequidad que sufre el subcontinente. Son ellos los que promueven la violencia endémica que padecemos y son quienes en su cinismo creen que es posible manipular la conciencia ciudadana colocándose en la posición de víctima en una muestra de autoritarismo sentimental que no alcanza para rehuir responsabilidades graves ante una sociedad desencantada, avergonzada y activa en condenar toda sospecha en torno a la corrupción gubernamental que padece hoy Brasil y otros países de la región.

Benjamín Fernández Bogado
@benjalibre




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