"Corsos eran los de antes", diría Augusto Medina, fundador de "Maracangalha do Sul" y luego director de "Iberá", dos de las primeras comparsas del 69. Quizá aludiendo a los tiempos donde el esfuerzo, el sudor y el espíritu parecían ser más puros, cuando los trajes se resolvían con papel celofán a falta de lentejuelas y plumas, cuando todo un barrio defendía a muerte la bandera de la comparsa que lo identificaba, cuando no era una opción pagar a los bailarines para que participaran porque todo salía del corazón. 

Pero lo cierto es que mucho de eso se ha mantenido en el tiempo. Cambió la forma de organizar los corsos, cambiaron las comparsas -ahora hasta tienen espaldares-, pero hay algo que trasciende y que le dio sentido siempre: el carnaval es vida, una manifestación de alegría sea donde sea; el carnaval corre por la sangre y se trasmite como los genes, une familias, vecinos y traspasa generaciones y fronteras. Hoy ya no existe casi una comparsa con integrantes de un solo barrio, son de varios y esto sucede continuamente: un grupo empieza, otros curiosos se acercan y sin querer, la madre, el padre, los primos se encuentran preparando su participación en los corsos barriales y populares. 

El carnaval contagia

Así pasó con Myriam Gorvein cuando su pasión por "Guajira" nació, hace poco menos de 50 años: "Mi hermana tenía 6 años, yo estaba embarazada y tenía que hacer reposo relativo. En ese entonces vivíamos por la Irigoyen casi Belgrano y cada tarde, desde casa se sentía el repique de los tambores que venía del Club Sarmiento. Mi hermanita insistía que quería ir a ver y yo la llevaba, hasta que un día alguien llegó a casa; era Arnaldo Benítez más conocido como Papi Guajira, uno de los fundadores de la comparsa, me dijo que me querían en la comisión. Teníamos unos veintitantos, yo no sabía ni enhebrar una aguja y en mi mente tenía otras cosas, estaba por nacer mi hija, me estaba separando, pero igual le dije que sí y un buen día me encontré bordando", describió sorprendiéndose de su propio relato. Desde entonces, su vida se llenó de lentejuelas, su madre fue una apasionada de los trajes y juntas, convencieron a quienes pudieron a lucirlos.

Guajira nació en el 69 con "Bumba", "Samba", "Maracangalha" e "Iberá". Compitió hasta la fiebre con "Bahamas Samba Show", y fue la segunda casa de muchos niños y estudiantes que hoy son profesionales, son padres, son abuelos. El año que viene, la comparsa cumplirá 50 años de trabajo y de alegría interrumpida y sus fundadores ya están llamando a sus bailarines legendarios. 

Históricamente, cada verano la comparsa se nuclea en el Club Sarmiento, aunque este año, por cuestiones que exceden al compromiso social, no pudieron contar con el lugar para los ensayos. Por la zona, desde siempre fue conocida como "la comparsa taninera", aunque esto tampoco se da igual ya que, según explicó Myriam, "hoy vienen de todos lados, llega el que ama bailar; hay gente que escucha el ritmo y los pasos le brotan".

El carnaval trasciende

En una misma zona, en un mismo barrio, pueden sonar varias comparsas al mismo tiempo: cada noche, en el República Argentina vibran "Candombe" y "Tereré Formoseño", saliendo del Circuito, sobre la plazoleta de la avenida Juan Domingo Perón, "Divina Alegría"; en el San Miguel, "Bahamas", en el Guadalupe, "Arlequín", en La Nueva Formosa, "Ara Pyahu", en el polideportivo del barrio La Paz, la legendaria del 2 de Abril "Ara Pora", y así. Son más de 40.

La Mayoría de estas comparsas nacieron como una extensión de un trabajo social más amplio, donde "los chicos se mantienen ocupados, contenidos y alegres, lejos de las drogas y los malos hábitos", según la observación generalizada. "La comparsa lleva alegría a la gente, los saca del contexto en que viven y les brinda un espacio donde pueden expresarse, alegrarse y compartir con toda la familia", dijo Mónica Galeano presidenta de "Ara Pyahu" (que significa: renacer de la vida) cuya participación en los corsos barriales y populares, con 600 integrantes, se da hace apenas cuatro años.

En este sentido, la presidenta de "Ara Pora", Mariela Arrúa, resaltó el significado popular: "En Corrientes, los corsos barriales nacen por oposición al comercial y paradójicamente hoy por hoy, al ser gratuitos e inclusivos, convocan muchos más correntinos que los reconocidos corsos turísticos. En Formosa en cambio, nuestros corsos barriales renacen hace 8 años como una política social de gobierno, donde fuimos convocados los antiguos comparseros a asumir una enorme responsabilidad", contrastó. 

Según indicó, esto fue lo que permitió la vuelta luego de 20 años, de la comparsa del 2 de Abril, "Ará Porá" (A buen tiempo), que nació en el '93 cuando el circuito de los corsos rodeaba la Plaza San Martín, y luego de algunos años, por razones desafortunadas, desapareció. 

Ya hace 8 años que Mariela, quien bailó en su momento entre las escuadras de la vieja Ara Porá, viene trabajando con un grupo variado en edades y cualidades, como parte de una comisión dedicada que pone el corazón en cada detalle. La integran las reinas, las rumberas, la batucada, los directores y profesores de música y danza, las modistas y costureras, "más los padres cuya función es el bordado y el armado de estructuras, para lo cual se capacitan durante el año". Pero su esencia tiene un secreto: "Ara Porá no está formado por más de 100 bailarines; es un solo cuerpo compuesto por 150 energías. Nuestra premisa es que todos somos una familia; se genera un sentido de pertenencia y de esa manera, logramos grandes cosas", develó su presidenta.

Corre por la sangre

Algunas más chiquitas y nuevas que otras, simples u ostentosas, todas las comparsas tienen raíces en algo anterior, cuando empezó todo. Este es el caso de Arlequín, que nace hace apenas 3 años "en base a una necesidad". Así lo explicó Juan Fernández, hijo y yerno de comparseros: "La comparsa está en mi sangre, mi mamá bailaba en Guajira en los años 70. Como no estaba bien de salud y sabiendo que el carnaval le hace bien, con mi esposa Carolina decidimos crear la comparsa", expresó. 

 
Esta será su segunda pasada en los corsos barriales; el primer año no salieron, el segundo presentaros mitos y cuentos mágicos, formoseños y universales, y este año -adelantó- "Formosa se viste de colores". "No íbamos a salir", contó Juan, describiendo el arduo trabajo y los costos que implica competir en los corsos, "pero se llega enero y los chicos se acercan, te piden y te ganan", rió.

Arlequín es sólo un ejemplo de que en el carnaval no hay límites de edad: la comparsa cuenta con un total de 120 integrantes que tienen desde 3 años hasta 77. Hay adultos mayores que por fin, luego un largo trecho se animaron a bailar, y otros que ya vienen de familias comparseras y necesitaban traer alegría al cuerpo, como su mamá, que -según contó Juan- está tan entusiasmada que lo llama a las 2 de la madrugada para hablarle del proceso de su traje.

"Los corsos formoseños se están volviendo grandes. La gente encuentra allí una oportunidad de trabajo, vendiendo bebidas y alimentos. Para otros es una fiesta, se preparan, se divierten. Por eso lo hacemos", concluyó.

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