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Abreviado

Columna de opinión del doctor Benjamín Fernández Bogado



El mundo de las palabras que determinaba el límite de una persona ha quedado a un lado por este desarrollo tecnológico que supuso la abreviación como forma y modelo de comunicación. Nada requiere ser hoy explicado y el presidente de la nación más poderosa del mundo no tiene por qué disimular sus grandes limitaciones en tuits, en los que dan igual las amenazas como las congratulaciones. Todo es posible entenderlo de la manera como uno desea y nada requiere ser explicado. Este mundo autorreferencial, como lo describe el filósofo coreano Han, nos está llevando hacia unas fronteras donde cada vez será más complejo entender no sólo lo distinto o lo diferente sino como consecuencia: uno mismo. El concepto de Hannah Arendt de la alteridad (uno era en el otro) puede ser parte de una arqueología humana de difícil explicación en casi todos los campos.

El ámbito de las palabras se abrevia de tal manera que la conversación "con los otros" (casi siempre es más de uno) en las redes sociales generalmente -por la prontitud de su respuesta- es respondida con emoticones y el "diálogo" moderno está infestado de "bots", que son máquinas invasoras con capacidad viral de atacar masivamente alguna afirmación con nombre y apellido. Una curiosa investigación de The New York Times concluyó que casi el 50% de los registrados en Tweeter responden a este padrón. Son perfiles falsos construidos desde poderosas maquinarias con empresas dispuestas a servir a una estrella del espectáculo o a un candidato a presidente, que para los tiempos actuales es la misma cosa. Los grandes discursos, las ideas inspiradoras, los debates, las virtudes que la palabra construyó como parte esencial del ser humano están seriamente amenazados por una tecnología dispuesta a sustituirla por pequeños sorbos o silbidos a los que se reduce toda la relación con el otro.

No será nada raro que la retórica retorne a las universidades alguna vez con carácter obligatorio, como lo fue en sus inicios hace más de mil años, o que decenas de escuelas, como las de Dale Carnegie, enseñen de nuevo a cómo dialogar, intercambiar pareceres o simplemente tener la capacidad de escuchar y de responder o acaso por qué no: estar realmente juntos.

Este fascinante cambio de era que vivimos supone en estas grandes dudas poner en entredicho nuestros saberes y nuestra ubicación temporal como seres humanos asociados con los otros para construir los espacios colectivos, y no las caracterizaciones de que nadie requiere del otro desde el momento que tiene capacidad de entender la "lógica" de las redes sociales, que en el fondo sólo expresan algunas características humanas, como la soledad, la necesidad de reafirmaciones, de afecto o de presumir algo que no se es en la realidad.

Este mundo abreviado nos reduce a algoritmos, cuando la verdadera fascinación de la vida es el otro, la palabra que supera el espacio babeliano y, por sobre todo, el reconocimiento sincero de la búsqueda de uno mismo en la interactuación con el otro distinto y diferente que nos enriquece y prolonga. No abreviemos tanto este mundo tan ancho como ajeno. 


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