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Lote 4: Del recuerdo, la fuerza; y del amor, las ganas

Pasear por el barrio es recorrer dos tiempos al mismo tiempo; es aventurarse entre un presente, con casas que cada vez son más y más grandes, y a la vez, transitar entre retazos de historia que permanecen escondidos por una vegetación que avanza. La crónica de lo viejo, lo nuevo y lo de siempre



CRÓNICAS DE BARRIOS


Son muy pocos los vecinos que pueden delimitar su barrio: "Primero fue Lote 4 y a partir de la década del 50 pasó a llamarse Bernardino Rivadavia", definió uno. "El sector de la entrada se llama San Pío 10"; "Ahora, Lote 4 es sólo la zona que está detrás de la comisaría, y unas cuatro manzanas del otro lado conforman Villa Jardín"; "Cerca del Club Caza y Pesca, ya se llama Fátima", fueron otras explicaciones. Respecto al nombre persisten algunas confusiones, pero de lo que nadie duda es de la historia de la zona, aunque con variables, todos cuentan la misma.

El barrio comenzó a poblarse a mediados del 50 con la llegada -en su mayoría- de familias paraguayas, y fue creciendo con la instalación de algunas fábricas, de las que hoy -salvo excepciones- sólo quedan restos de escombros y anécdotas dispersas. Tal es el caso "la Citrex", una planta procesadora de pomelos que elaboraba jugo, pulpa, esencia y hasta aceite con los críticos, principalmente pomelo, que venían de toda la provincia; o en frente de ésta, el Frigorífico Formosa, que, habilitado para el tránsito federal de carnes, faenaba ganado formoseño a gran escala. Hoy, desde la llamada Comisaría del Menor ubicada sobre la calle Daugero, y de cara al río, es posible percibir a lo lejos, algunas ruinas de ese tiempo.

Aparte, sobre la calle Ramos Mejía, donde hoy se venden materiales de construcción, estaba la Desmotadora de algodón Bunge y Born, y más allá, aun de pie, la taninera Unitán que funciona desde hace más de 80 años elaborando, entre otros químicos, tanino, la materia prima usada para el curtido de cuero; Además, había ladrillerías, una curtiembre, el aserradero de la familia Sierra, y otra empresa familiar que hasta la fecha, pese a las ideas y vueltas, sigue en marcha: la arenera fundada por Vicente Vrsalovic. Empresas todas que dieron vida al barrio y -lo más valorado- fuentes de trabajo.

"Se pobló todo"

"A partir de allí, se creó una cadena de trabajos", dijo Felicitas Ríos viuda de Martínez y describió el ciclo: "Cuando los obreros estaban trabajando para construir la Desmotadora, me hice unas buenas changas ofreciendo viandas para el desayuno y la merienda. Mi hijo tenía 5 años e iba hacia allí a venderles". De igual manera, aprovechando el movimiento diario de choferes y obreros y demás vecinos, surgieron los almacenes que serían inolvidables para el barrio, como la Viuda Velázquez, Don Rubén o el Mercadito Vega, que hasta hoy sigue siendo un lugar de compras diarias.

"Doña Feli", como la conocen los vecinos, llegó al barrio junto a su marido en el 55 cuando sólo había unas pocas casas: "Los Romero, los Báez, la familias Lezcano, Los Velázquez, González, Leguizamón, Vega, Díaz, fueron los primeros pobladores. De los viejos no quedan muchos, ahora están los hijos y nietos", describió. Sentada en su silleta, en la vereda como cada tarde, extraña los tiempos en que sólo mirar hacia el final de la calle Finlay bastaba para ver el río. "Se pobló todo. Nosotros compramos la casa en cuotas de $ 200, y nos costaba llegar. Pero lo que vale hoy un terreno en esta zona, eso sí que antes sería impensable", reflexionó.

Añoranzas

Nadie en el barrio con más de 50 no se llena de nostalgia al recordar olores y sonidos particulares, como silbatos, sirenas, el tren llegando con la carga de petróleo hasta los tanques de YPF que aún hoy permanecen en la entrada del barrio, funcionando sólo como el museo que alberga el recuerdo de un acuerdo de política exterior entre Formosa y Paraguay: la provincia exportó por un tiempo el crudo que llegaba desde Palmar Largo, una localidad del Oeste ubicada casi en la confluencia con Salta. Quedaron los silos.

Entre las imágenes, las colas y colas de camiones llegando desde la avenida Napoleón Uriburu, con frutas, algodones, o vacas, o madera; otros camiones saliendo con jugo, con arena, etcétera. Un escenario empapado de movimiento que resulta difícil creer por la paz que habita en la zona hoy. Pero lo cierto es que de ese flujo imparable, de un sector pujante y ambicioso, se sintetiza también, decepciones. 

Como consecuencia de la "elección estratégica" de ubicar dos grandes proyectos a la orilla del río, y de la contaminación del agua, se perdió uno de los lugares más elegidos por todos los formoseños, el balneario municipal de Formosa en el Riacho de Oro. "Era lo más hermoso. Allí pasamos toda nuestra juventud. Teníamos dos areneras grandes y en la punta, un balneario con playa soñada. Venía gente de todos lados, en auto, colectivo; teníamos canchitas de fútbol, parrillas, un bar, un lugar tranquilo. Con las fábricas que utilizaron el río, más el nuevo puerto que se construye junto a las barreras, luego de la gran inundación del 83, murió el mejor balneario del NEA", lamentó un vecino.

Nadie se enoja 


Aun así, pese a la duda que nació con los años sobre "lo que pudo haber sido", el barrio sigue siendo un lugar de encanto, porque pese a los infortunios de la historia, como la inundación del 83 que no dejó un solo techo sin cubrir, los vecinos lo siguen eligiendo, trabajan para el barrio, para que otras generaciones también decidan quedarse. No es en vano el slogan de Villa Jardín, "donde nadie se enoja".

Y aunque ya no exista el balneario de Doña Lola, sí persiste otro pilar de esos tiempos: el Club Caza y Pesca. Fue fundado por la familia Suess en el 55 como un club de tiro al platillo y pesca, para convertirse después en una reconocida escuela del Rugby, pero también en un espacio verde para el disfrute de familias y amigos de toda la ciudad.

Vecinos Unidos 

Fiel a su espíritu, hace unos pocos años, luego del fallecimiento de uno de los vecinos que más luchó por el progreso del barrio desde el principio, Don Rubén Gonzáles, se formó una nueva comisión: "Vecinos Unidos". "Don Rubén fue quien gestionó la barrera, luego del 83. Nosotros ya somos de la tercera generación de vecinos", comentaron Hermes Benítez y Graciela Cabello, dos miembros del grupo: "No se trata ni de un espacio político y mucho menos, de fútbol. Somos una organización barrial", se presentaron.

Fanáticos de su barrio, un grupo de vecinos se unieron para resolver los problemas de cada uno, entre todos. Entendieron que la limpieza, el tratado de la basura, la seguridad, son cuestiones que pasan -además del Estado- por cuenta de cada uno. Se dividieron en zonas, se comunican por WhatsApp -son alrededor de 150 en un mismo grupo- y buscan contagiar la energía del trabajo en equipo, en todos los rincones. 

Así lo explicó Hermes, más conocido como "Mere": "La otra vuelta, una chica que vive frente a un contenedor de basura, sobre la avenida Chaco, nos vino a pedir ayuda: la gente tiraba más la basura afuera que dentro del vertedero, y pese a que ella y su mamá lo limpiaban, a los días la basura estaba de vuelta desparramada frente a su casa. Entonces, nos juntamos un domingo a la mañana, bien temprano, pusimos música y limpiamos todo. La siguiente semana, siempre con música, nos reunimos en una esquina para podar toda la maleza que hace a la zona más insegura. Esa chica ya se unió para ayudarnos". 

"Esa es la idea": contagiar identidad, espíritu barrial y así, mantener su encanto. Por eso, otra de las iniciativas del grupo fue colocar carteles en la vía pública y hacer calcomanías para incentivar el cuidado del barrio y a la vez, recordar la historia del Lote 4 y la esencia de Villa Jardín, donde nadie se enoja.




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