"Mi objetivo es simple. Es entender completamente el universo, por qué es como es y por qué existe", contó el físico teórico más reconocido de nuestra era, Stephen Hawking, quien pese a la enfermedad que lo postró en una silla de ruedas no dejó de trabajar la mente para revelar a la humanidad parte de los muchos misterios que aún constituye el cosmos.
El erudito que acaba de fallecer dejó un legado inconmensurable porque en sus numerosos libros e incluso conferencias que daba -comunicándose a través de una máquina que vocalizaba su pensar- en un lenguaje sencillo motivó a muchos, sobre todo a estudiantes.
Muchos se preguntan para qué sirve indagar sobre el origen del universo, con una mirada empirista o utilitarista. La respuesta es que cuando mejor comprendemos las cosas contaremos con herramientas necesarias para comprendernos mejor.
Incluso, muchos teóricos de las corrientes racionalistas o empiristas cuestionan que se empleen recursos económicos para la investigación de cuestiones que, a su criterio, no aplican en el inmediato vivir del ser humano.
Pero aquí también cabe la reflexión, aún nos ha quedado sin respuesta qué es el ser humano, qué significa. Se lo asume como algo contestado, pero lo cierto es que no es así. Los grandes pensadores de todas las eras, incluso de nuestro avanzado tecnológicamente siglo XXI, ponen en cuestión este interrogante fundamental.
Cuando la economía y la técnica se imponen para el fin de acumular más bienes hacia los sectores sociales que tienen más, vemos que lo humano se convierte solo en un medio, no en un fin en sí mismo.
Kant sostenía que ese pensamiento anula aquello que nos hace humanos. La base de expositiva del imperativo categórico, que se puede resumir rápidamente en obrar de la manera que quisiéramos que los otros interactúen con nosotros, le dio basamento a la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Pero con las transformaciones sociales a nivel global la pregunta por el ser sigue sin respuestas.
Tal vez no alcancemos contestar tal interrogante, pero necesitamos establecer las bases necesarias para que lo humano signifique por lo menos solidaridad, amor incondicional por el otro diferente, que no piensa igual y que tiene otros intereses.
Que a partir de allí exista la tolerancia necesaria para construir una sociedad más inclusiva, igualitaria, con mayor calidad de derechos y de acceso a los bienes materiales en forma equitativa.
Deviene entonces que desde nuestro sistema educativo se deje de pensar en términos de utilidad y de beneficios económicos. Se necesitan investigadores volcados a mejorar la producción y la industria, pero también necesitamos pensadores sobre lo social y lo humano.
Hay que entender que la educación formal no debe desconectar cada etapa, desde el nivel inicial al universitario, porque de lo contrario no sería un sistema.
Todo esto se logra desde el único lugar desde el cual, en el sistema democrático que abrazamos, se dan las transformaciones sociales: la acción política.
La militancia en el campo nacional y popular parte de una mirada humanista que cambie el individualismo egoísta que impone el neoliberalismo por la unidad por un objetivo común, que trascienda los intereses particulares, para constituirse en la defensa de valores que nos lleven a que todos tengan la posibilidad de realizarse y a la vez realizar una comunidad cada día mejor.
Esto será el triunfo de las ideas, la victoria de lo que consideramos como valores sobre cualquier explotación del hombre por el hombre.