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Crió a 12 hijos mientras escapaba del acecho de un marido golpeador; hoy, con 72 años, sigue trabajando

El dolor y el sacrificio sólo la hicieron más fuerte. "Me fallé mil veces a mí pero no les fallé a mis hijos", expresó Doña Francisca. Cada mañana vende productos de limpieza en su bicicleta



Ella puede decir: "No fue fácil pero lo logré". La vida de sacrificio, dolor y deseos de superación de esta mujer formoseña motiva Historias de Vida de esta semana. Durante más de 20 años fue víctima de violencia de género. Cada día sintió que la vida de sus hijos y la suya estaba en manos de su agresor. En la actualidad vive en una humilde casa del barrio San Antonio, con algunos de sus nietos y bisnietos.

Nuestra protagonista es Francisca Gabriela Vargas, quien tiene 72 años y todos los días sale a vender productos de limpieza en una bicicleta. Más allá de su edad, continúa fiel a la creencia de que hay que enseñar con el ejemplo, que "ante los momentos de adversidad y necesidad no hay que bajar los brazos sino levantar la frente y trabajar, en lo que sea, porque todos los trabajos son dignos".

Nació el 3 de diciembre de 1945 en Teniente Brown, cerca de Las Lomitas. Su papá se llamaba Dionisio Vargas y su mamá Zulema Zarza de Vargas. Tiene 9 hermanos, muchos de ellos de parte de padre. Es soltera y tiene 12 hijos. Ya perdió la cuenta de cuántos nietos y bisnietos tiene, asegura.
Cuando era muy pequeña sus progenitores se separaron y su padre se volvió a establecer en pareja. Ella fue enviada junto a su madrina, Isabel de Barrionuevo, que vivía en Resistencia, Chaco. Allí realizó sus estudios primarios, hasta tercer grado, cuando tuvo que volver a Formosa. Su niñez transcurrió entre peregrinar en busca de su padre y en casa de parientes. 

A los 15 años se juntó con un hombre mayor, que prometió cuidarla y respetarla. Nada de eso se cumplió. Fue víctima de violencia de género, física y psicológica, durante más de 20 años. A medida que tuvo hijos, los niños padecieron golpes de todo tipo. Con el tiempo fue juntando coraje, recordando la frase que su padre le había enseñado: "No hay que ser cobarde, hay que enfrentar las situaciones".

Mientras vivían en Gran Guardia, los celos constantes de su marido por cosas imaginarias eran una tortura constante y el detonante de golpizas tremendas.

Todos los vecinos sabían de la situación de Francisca y sus hijos. Ella no podía mirar ni hablar con nadie, tenía prohibido hacerlo. Una que otra vez, ante semejantes escenas de violencia familiar, algún vecino convocaba la presencia de Gendarmería, quien mediaba en el conflicto. Sin embargo, después de eso el tormento era mucho peor. Cuando los niños ingresaron a la etapa escolar, los docentes notaban las marcas de golpes en sus frágiles cuerpos. La Gendarmería fue alertada una vez más. "Pero en esa época no se podía hacer tanto por esas cosas, yo tenía que aguantar, pero en mi mente cada día tomaba más valor para escaparme", recordó Francisca. 

Así lo hizo. Reunió unas pocas pertenencias y escapó de la casa, estando embarazada y junto a sus ocho hijos pequeños.

Huida

No fue fácil, estar sola, sin trabajo, con tantos niños que alimentar y cuidar. Golpeó las puertas de personas conocidas, algunos los recibieron algunos días, pero la persecución constante de su exmarido le coartaba las posibilidades. 

Durante varios meses vivió en Gran Guardia junto a una señora muy amable que le dio trabajo en la cosecha y en tareas domésticas. Con el dinero que pudo reunir viajó junto a sus hijos a General Belgrano en busca de su padre. Tardó años en encontrarlo y mientras tanto trabajó en todo tipo de tareas.
Una vez que Francisca y su padre se reunieron fue el primer momento de felicidad en mucho tiempo.

Su padre la compadeció por todos los años de sufrimiento y de la situación en la que estaba junto a sus hijos. Muchas veces, de ancianos, los padres que no estuvieron presentes en las vidas de sus hijos, reflexionan.

Vida nueva

Allí la vida comenzó a mejorar, tuvo dos parejas más y llegaron más hijos. Al final, quedó soltera porque como mamá supo poner a sus hijos primero.
Con el paso de los años, sus hijos fueron tomando rumbos diferentes, hasta que la necesidad de afecto hizo que quieran tenerla más cerca. Así fue que hace varios años atrás le consiguieron un terreno en el barrio San Antonio, donde continúa hasta hoy. Algunos de sus hijos están en Formosa, otros en Buenos Aires y otros en Paraguay.

El dolor y el sacrificio marcaron de por vida a esta mujer. Ella misma asegura que lo único que sabe hacer es trabajar, es por eso que a los 72 años continúa haciéndolo. Cada mañana se levanta muy temprano, carga su bicicleta con productos de limpieza sueltos y recorre el barrio San Antonio y aledaños para vender y reunir dinero.

En la actualidad vive en una precaria casa ubicada en la manzana C, casa 10, del San Antonio, cerca de los módulos. Todos la conocen como Doña Francisca. Sus acompañantes son algunos de sus nietos y las concubinas de ellos, algunas embarazadas. También están algunos bisnietos.

Francisca, conocedora de lo que es no tener un techo, recibe a todos quienes llegan a su casa con el corazón generoso y la experiencia de años para detectar cuando uno de los suyos sufre.

Necesidades

Mientras contaba a este Diario sus vivencias, en el patio hervía un locro que ella y su nieto iniciaron temprano. Dentro de su casa, su bisnieta de dos años pedía un trozo de pan y renegaba con un perro que intentaba sacárselo.

Francisca no lo pidió, porque está acostumbrada a ganarse todo con el sudor de su frente, pero sus necesidades estaban a la vista. Ella y sus nietos necesitan colchones, ropa de cama, una cocina, ropa de abrigo, zapatillas, alimentos, ropa para niños, pañales, una puerta, materiales para revocar sus paredes interiores y tal vez una bicicleta en mejor estado para continuar vendiendo. Su número de celular es 3704290312. Generalmente atiende uno de sus nietos porque ella siempre está realizando alguna tarea en la casa.


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