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Emerge entre los palmares, el San Isidro

De la palma y la paja, al cemento y el ladrillo. De la preocupación por la crecida, a preguntarse cómo criar a los chicos. De ser dos o tres, a ser un barrio unido.



CRÓNICAS DE BARRIOS

El San Isidro es un barrio chiquito que se ubica en el acceso norte la ciudad sobre la ruta 11, pasando el Puente Blanco, a mano Izquierda. "Un barrio tranquilo, nuevo, que está creciendo", lo describió una vecina y las imágenes lo confirman: en pocas manzanas y bordeado de un campo de palmares, se observan viviendas ampliadas, otras en construcción y hasta una capilla en marcha; falta muy poco para que la capilla Divino Niño del barrio San Isidro esté lista.
La mayoría de los vecinos llegaron juntos, cuando se entregaron las viviendas en el 2006; algunos ya estaban en la zona tiempo antes, asentados en ranchitos de chapa y cartón próximos a la ruta. Otros, no llevan más que un año o dos viviendo en el barrio.

LOS PRIMEROS 

"El primero en habitar la zona fue Don Caballero. Él lo llamó a mi marido y juntos vinieron a buscar un ranchito. Compramos y nos vinimos. Mucho tiempo después, el barrio comenzó a poblarse", inició su relato Hilda Faustina Torres, viuda de Núñez. En el barrio hay muchos Núñez, todos son familia y se los conoce como "los más antiguos". Hilda está en las viviendas entregadas por el estado hace seis años, pero desde la crecida del 83 que habita en la zona.

"Yo soy paraguaya, vine a Formosa a buscar al padre de mis dos primeros hijos. Tenía que volver a las 72 horas porque había venido de contrabando. Me hicieron pasar, yo no entendía nada en ese entonces, era muy jovencita. Era sábado cuando llegué y ese domingo, mi marido debía ir a Palo Santo, me fui con él y no volví más. Luego la vida me cruzó con el papá de mis otros ocho hijos Núñez, cuando mi primer marido me dejó por la culpa de otra mujer", relató. 

Fue Don Núñez quien la trajo a Formosa, y al barrio. "Primero nos asentamos a la orilla del Riacho, en un ranchito hecho con palmas y palos que recolectamos de por ahí y techo de paja. Vivíamos con mis cuñados, tomábamos agua y nos bañábamos en el charco no más. Pero con la gran crecida tuvimos que corrernos para esta zona. Me acuerdo ese día, llovía y mi cama, todas mis cosas, se estaban yendo en el agua", recordó con los ojos llenos de angustia.

"Esto era monte. Monte en serio", resaltó. "Tuvimos que limpiar el terreno, cortar el yuyal para quedarnos", agregó para enseguida contrastar la vida que llevan sus nietos, con otras comodidades, en casas de ladrillo y cemento. Hilda tiene tantos nietos que perdió la cuenta: "Son más de 30 y encima me hicieron bisabuela".

Cuando el barrio se creó como tal, se mudaron a las viviendas. Hilda no quería- cuenta- pero sus hijos la obligaron a la fuerza. "Papá se quemó todo el cuerpo con el candil, la lámpara que usaban con grasa porque no tenían luz, no podíamos dejarlos ahí. Tenían que venir acá, con nosotros", justificó Andrea, una de sus hijas que la escuchó durante toda la entrevista. "Acá tengo luz y agua corriente, eso es maravilloso. Pero tuve que vender todas mis gallinas, ahora tengo un perro no más, tuve que dejar mi patio, mis árboles y vivir así, más apretado. Al principio sufrí y lloré mucho, después me acostumbré", agregó Hilda.

Otros tiempos 

Ahora viven todos juntos, en distintas viviendas, en una misma cuadra, sobre una de las primeras calles que cortan la del acceso al barrio, al fondo. Ahora son otras sus preocupaciones, ya no es la crecida o la falta de agua, sino los jóvenes: mantener a los hijos fuera de las drogas, "en el barrio circula mucha -comentaron-, como en todos lados". Intentar que estudien o que trabajen. Aunque lo saben, "es difícil: la pensión por madre de siete hijos no alcanza para mantener una familia de diez hermanos que se van juntando y teniendo hijos". Estas serán observaciones generalizadas.

MOVILIZADOS 

Que el barrio se mantenga limpio y que siga creciendo, que se mantenga seguro y entre los vecinos se ayuden y se cuiden, como varias veces lo hicieron. Estas son algunas de las cuestiones que les ocupa a los vecinos. Así lo explicaron Adelina Arce y Jorge Orué, mientras compartían unos mates en su casa, ubicada hacia el final del barrio en una esquinita con vista al descampado. 

Desde su vereda, cruzando la calle se ve una estrella, señal de que allí ocurrió una tragedia: en junio del año pasado, un niño de siete años perdió la vida al ser embestido por máquina motoniveladora. "Fue un accidente que todos lloramos. El señor que manejaba el camión venía retrocediendo, dice que no lo vió, que se dio cuenta porque la máquina tocó algo con metal y era la bicicletita. Nosotros estábamos acá, por festejar mi cumpleaños. No había ningún niño por ahí y cuando nos dimos cuenta la criatura estaba atrás. Gritamos, lloramos tanto. Era un chiquito, un vecinito del barrio de la edad de mi nietito", lamentó Adelina y el horror se reflejaba en su cara. 
 
"Su mamá ahora tiene otro bebé, regalo de Dios. A partir de entonces, cuando trabajan los maquinistas, siempre hay cuatro o cinco personas afuera, alrededor, dirigiendo y controlando", buscó tranquilizarse.

"Siempre que ocurre algo así, nos moviliza a todo el barrio", dijo Adelina y junto a su hijo y su pareja, recordaron otra historia que casi fue tragedia, pero que por fortuna quedó para la anécdota: "Una vuelta, harán unos diez años tal vez, un señor le apuñaló a un adolescente de 13 años, Pedro, porque este le había chistado y dicho alguna cosa a una de sus cuatro hijas mujeres. Todos adolescentes. Otro vecino lo ayudó y la criatura se salvó de suerte pero perdió mucha sangre. El barrio completo se levantó, los muchachos le entraron a la casa y lo sacaron del barrio a las patadas. Ninguno de los dos puede volver al barrio. Nos defendemos. Nos cuidamos", narró orgullosa.

Adelina y Jorge viven en el San Isidro desde el 2008, junto a su hijo. Antes vivían en el Simón Bolivar, hasta que vendieron la casa para ir hasta el sur del país junto a su hija y sus nietas, pero el clima los hizo regresar a Formosa. De una casita de chapa y cartón en los asentamientos del San Isidro, pasaron a tener "un hogar con tres ampliaciones, con servicios básicos y comodidades". Están orgullosos. Aunque lamentan "la jugada" de algunos: "Le dan una casa y ellos la venden. ¡Con lo que cuesta tener una propia!", expresaron a dúo.


En el camino
 

"Hay quienes se empeñan en mantener limpio el barrio, sin embargo otros no tienen conciencia; pasa el camión y ya vienen a tirar la basura. Nosotros tratamos de que eso no pase", dijo Adelina. En este sentido, vale mencionar que a simple vista, el barrio se encuentra limpio; Sin embargo, hay una zona cerca de la canchita, donde está naciendo un basural. Vecinos de alrededor explicaron que "el problema comienza por una casa que se construyó antes del tramado de las manzanas, y quedó en medio de la calle, por lo que el camión o el carro recolector de basura, no puede llegar hasta la otra punta. Es ahí donde se va acumulando la basura". Según dijeron, el dueño de esta construcción tiene una vivienda particular pero se niega a demoler la vieja construcción. "Ya se le pidió que la tire abajo, pero solo viene, limpia y se va".



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