Que el panorama económico no es de lo mejor, ya lo sabemos, pero además no se despejan las incertidumbres sobre el futuro próximo. El contexto financiero internacional no parece muy favorable, ya que en los últimos meses se ha notado un incremento importante de las tasas de interés internacionales, especialmente las correspondientes a los fondos de 10 años de los bonos del tesoro norteamericano. Con un valor del 2,91% anual, la pregunta es cuál será el impacto en materia de costo financiero y hasta cuándo el Gobierno podrá seguir financiando el déficit gemelo con créditos externos. El déficit comercial sigue en alza y genera más necesidades de financiamiento externo, al igual que el déficit presupuestario. Las inversiones son insuficientes y la inflación sigue su camino imperturbable, deteriorando todo a su paso.
Los aumentos de tarifas sacuden todos los estratos sociales, pero los pequeños talleres, los microemprendimientos y las PyMEs regionales generadoras de empleo, no podemos, literalmente, no podemos afrontar tamaño gasto. Nos empujan al abismo. Se consolidan los aumentos de tarifas, se dan cuotas con interés para las familias, pero las MiPyMEs industriales y comerciales quedamos afuera. Se está aniquilando el interior, se está desertificando la producción y la pérdida de empleo provocará a no dudarlo una fuerte migración interna. Tenemos que tener en claro lo que sucederá (y está sucediendo) en el horizonte próximo. No nos podemos llamar a engaño y decir que no sabíamos que iba a suceder.
El ministro Aranguren tiene la misión de eliminar subsidios, al igual que su par de transporte Dietrich, apuntando a un ahorro de más de 22.000 millones de dólares en el período, un stock de dinero que hoy necesita el Gobierno para comenzar a equilibrar sus cuentas, pero la contracara es que el país no crece, los salarios no acompañan a una inflación que no pueden controlar y el país tiene problemas para estimular el consumo. El ahorro en subsidios equivale casi a los intereses de la deuda externa, nada menos. Una contradicción que marcará la historia próxima, esa historia que juzgará a los responsables de estas políticas.
Tamaño problema que no tiene solución a la vista. Controlar la inflación es bajar el déficit. Bajar el déficit significa recortar gastos, bajar jubilaciones, salarios, eliminar totalmente subsidios y a la vez mejorar el consumo, aumentar las exportaciones y las inversiones. Nada menos.
Hoy una familia promedio debe destinar un 30% de sus ingresos a pagar servicios públicos. Si sumamos los gastos en salud, educación, alimentos y vestimenta, no quedan saldos disponibles para afrontar alquileres o cuotas de los créditos UVA, que se encarecen en cuotas a la vez que aumenta el capital adeudado. Una 1050 en progreso. El interior traslada los precios de las distribuidoras de energía y poco o nada pueden hacer para morigerar los aumentos. Pero son y serán los gobiernos provinciales los que acudan a morigerar la pesada carga (no heredada), y aliviar el bolsillo de la gente, porque somos vecinos que vamos a golpear la casa del Intendente o del Gobernador y seguramente nos atiende, escucha nuestros reclamos y busca las soluciones.
El interior sigue reclamando tarifas diferenciales, mientras el gobierno afirma que continuará con la actual política de ajuste de tarifas, que tendrá hacia fin de año otro escalón más que nos pondrá ya no en el precipicio, sino enganchados por un alfiler a la cornisa de la desesperación.
El Gobierno ha decidido "quemar las naves" para evitar cualquier retroceso en su política económica, pero lo que no percibe es que la "gente de a pie", el pueblo tiene también sus tiempos, su paciencia y su forma de reacción, siempre con respeto a las instituciones y fiel al espíritu democrático que nos identifica a todos los argentinos.
Como indicaba en el título de la nota, crece la incertidumbre, bajan las expectativas y suben los problemas, mientras tanto esperamos que alguna mirada se pose sobre las economías regionales antes de que el interior goce de la tranquilidad y la paz de los cementerios.