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Una columna de opinión de Antonio Fabián Hryniewicz



Que la Argentina está pasando por una situación de crisis no es ninguna novedad. El cuadro es reiterativo a lo largo de la historia. Y no se trata de una crisis económica solamente. A lo económico se suma lo político, por supuesto lo social y, además, lo moral.

Se critica al Fondo Monetario Internacional porque sus recetas son muy severas, aunque pocos reconocen que el auxilio al FMI fue solicitado por nuestras autoridades. Es decir que no vinieron, sino que fuimos. Un importante cambio conceptual.

Por otra parte, los requerimientos de este organismo internacional son los que el sentido común aplica. Cuando un ciudadano gestiona un crédito ante un banco, son múltiples los requisitos a cumplir y las garantías a satisfacer. Es algo por demás lógico asegurarse el recupero de lo facilitado.

Por otra parte, estas recetas son muy estrictas pero en realidad imponen cumplimientos de ítems que no se hicieron en su momento, lo que hubiera permitido una administración más ordenada y con menor impacto en el contexto de aplicación. Dicho más claramente, parangonando esta situación con nuestra salud, es lógico que el tratamiento será más severo y la medicación más amarga si nos dejamos estar hasta último momento. En síntesis, no hicimos lo que debimos hacer en el momento apropiado y con los recursos disponibles.

Y ruego me disculpen en mi insistencia por la conceptualidad ciudadana pero es allí donde veo que radican la génesis de los problemas de los argentinos, pero también la posibilidad de su exitosa resolución.

Y me viene a la memoria una frase muy simple pero interesante del Premio Nobel de la Paz Desmond Tutu: la esperanza es ser capaz de ver que hay luz a pesar de toda la oscuridad. Pero, ¿cómo salir de la oscuridad?

Ya que me remonto a un maravilloso pensador africano, también me quiero referir a una profunda manera de ser y vivir de diferentes pueblos de dicho continente, que se reconoce como el Ubuntu, una concepción ética y sencilla de vida muy practicada en el sur del Africa y que explica cómo pudieron soportar tantos vejámenes, maltratos, discriminación y hasta la esclavitud.

Básicamente, se reconoce que uno es porque el otro también lo es. Es decir, una nación es una gran cadena conformada por millones de eslabones. Cada uno de nosotros somos una pieza vital que estamos de alguna manera ensamblados al otro y así sucesivamente.

Tutu decía que una persona con Ubuntu es abierta y está disponible para los demás, respalda a los demás, no se siente amenazado cuando otros son capaces y son buenos en algo, porque está seguro de sí mismo, ya que sabe que pertenece a una gran totalidad, que se decrece cuando otras personas son humilladas o menospreciadas, cuando otros son torturados u oprimidos. Expresión ética y moralmente impecable.

Es por ello que en nuestro país resulta difícil salir del atolladero. Porque no visualizamos que el éxito de uno radica en la superación de los demás. Damos más prevalencia a la queja que al compromiso. Siempre buscamos culpables.

Y esto me recuerda otra sentencia de este líder social y religioso. Solía decir que los políticos deberían desterrar la palabra nunca porque las cosas cambian y la paz se hace con los enemigos y no con los amigos.

Y realmente creo que ese es nuestro problema. No lo es el FMI, ni el Banco Mundial ni el partido opositor. Es la actitud beligerante que tenemos para con el que piensa distinto. Es no aceptarnos como somos.

Y finalizo con esta reflexión zulú: yo soy porque nosotros somos, y dado que somos, entonces yo soy, ¿cómo uno de nosotros podría estar feliz si todos los demás están tristes? Filosofía Ubuntu. Qué belleza... Sublime.... ¿No es mejor que la grieta?


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