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Pasivo

Una columna de opinión de Benjamín Fernández Bogado



Así denominan en la contabilidad a lo que se adeuda a terceros. Las acreencias de varios gobiernos con sus mandantes son inmensas y desafortunadamente se ceban en un futuro que se torna cada vez más obscuro. Las fuerzas paramilitares al servicio de los gobiernos de Ortega y Maduro privan a sus críticos de acceso a hospitales públicos sostenidos por todos para que no tengan acceso a cuidados de urgencia luego de las manifestaciones en contra. El estado de los prisioneros, la falta de alimentos y medicina para todos y el robo asqueroso a las riquezas de sus países como el caso de Diosdado Cabello que sólo en cuentas de EEUU afirman superar los 800 millones de dólares es un insulto. Debe haber muy pocas cosas más deleznables que la impudicia del poder que manipulando a sectores afines se enfrenta a los críticos con un saldo de muertos, heridos y desplazados que se cuentan por miles y encima roba a mansalva los recursos colectivos.

El único activo que queda a estos países es el coraje de muchos de sus ciudadanos dispuestos a perder la vida por la libertad, la misma que le habían prometido con mayores oportunidades cuando llegaron al poder pero de lo que sólo queda la anécdota y el membrete. El gran pasivo de estas revoluciones es el engaño en que cayeron varios sectores de la sociedad movilizados en cruentos enfrentamientos contra la dictadura de Somoza en Nicaragua o contra el bipartidismo "totalitario" de Venezuela. Tanto los sandinistas y Chávez habían prometido acabar con ellas y hoy son parte de la reproducción calcada de lo mismo que dijeron aborrecer. El hallazgo reiterado de multimillonarias cuentas de personeros al servicio de ambos regímenes nos muestra con claridad la notable distancia entre el discurso populista y la realidad de pueblos que deben salir a las calles y sufrir las consecuencias de gobiernos represores y homicidas.

La comunidad internacional se ha visto desbordada en su ingenuidad de creer que el discurso y la realidad eran una misma cosa por mucho tiempo. Hoy nos deben muchos de sus actores un reconocimiento sincero y una autocrítica profunda de cuán equivocados estaban. No hay manera de afirmar lo contrario. Nicaragua y Venezuela se han convertido en referencias claras de fallas estructurales de unos electores incapaces de hacer frente a una realidad que acabó por desbordarlos por completo. Ambos regímenes han escogido el camino del autoritarismo y actúan a cara descubierta y sin rubor alguno. No les importa los costos internacionales, no sienten vergüenza de la acumulación de sus riquezas y menos de los viajes de sus familiares a los países que dicen aborrecer. Han perdido la vergüenza y no hay forma de recuperarla que no sea con la valiente actitud de sus ciudadanos que desafiando todo están dispuestos a todo.

La presión internacional debe seguir y en su nombre entender que esta lucha es de todos, pero mucho más de nosotros, los latinoamericanos, que no acabamos de pasarle el pasivo de estos actos a los gobiernos y no a los ciudadanos estafados por muchos de ellos. Hay que mantener la llama ardiente de la libertad capturada para recuperar el activo más importante de los ciudadanos: su democracia.


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