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Lote 111: el origen y el presente

Nació hace algunos años, por una emergencia. Se formó a las apuradas ante la necesidad de brindar un techo a las familias inundadas. Hoy el panorama es totalmente diferente; el barrio crece, crece y crece



En las afueras de la ciudad, en la desolación, emerge el Lote 111, un barrio que nació luego de la gran crecida de los ríos en el año 2014, que sorprendió a cientos de familias de distintos barrios. Fueron días, meses, un año difícil. Julio fue un mes húmedo, Formosa estuvo mucho tiempo bajo agua, y los que más sufrieron fueron las familias que vivían en asentamientos y en casas ubicadas en zonas inundables. En ese marco se levanta el Lote 111. El Gobierno condicionó un terreno en tiempo récord, con casas hechas de chapa, cartón y lodazal ubicadas una al lado de otra donde hay una plaza, donde desde hace diez días acampan otras familias reclamando -también- un techo.

Las familias inundadas fueron trasladadas y asistidas. Allí convivieron, grandes, chicos, abuelos, entre la solidaridad de algunos, el desgaste, el cansancio y las riñas, durante mucho tiempo. Hasta que al fin, les llegó el turno de un módulo. El Lote se hizo barrio y fue creciendo. Así lo recuerdan los vecinos, aunque cuesta, por el contraste del escenario inicial con el actual, es enorme: "Si hoy, con el crecimiento significante que logró en cuatro años y con el desarrollo de los alrededores -nuevo acceso, nuevo barrio: El ProCreAr- parece un barrio desolado, imagínese sus comienzos".

EN FOCO

Puede que hoy, a simple vista, el Lote 111 parezca un barrio homogéneo, porque la fachada inicial de cada una de las "casitas", como las llaman los vecinos, es la misma; pero basta con mirar fino para percibir los detalles que hacen la diferencia en el complejo. En el barrio existen zonas: "De uno u otro lado del zanjón", "antes o después de la plaza", según las referencias de los vecinos; algunas son más nuevas, o más limpias, y otras más o menos problemáticas. Entre estos detalles más visibles: un basural hacia el final de calle principal del barrio, a metros de las viviendas; una plaza aprovechada por todos: allí hacen ejercicios, practican deportes, toman mate y ahora, también, hacen huelga.

Las "casitas" son módulos, con un baño aparte, ubicados a tres metros máximo el uno del otro, que se entregan a familias en situación de vulnerabilidad y necesidad extrema, de distintas zonas de la ciudad: que viven en asentamientos, en basurales, en condiciones insalubres y hasta inhumanas, y que no tienen posibilidad de salir ahí por sí solos. Desde este punto de vista, los módulos son habitaciones pequeñas, pero a la vez una solución inmensa para el presente de estas personas que hoy -según estima el Gobierno- al menos son 25 mil personas. Estiman que son seis mil familias beneficiadas, en siete años.

La diferencia en los vecinos, depende, en parte, de la cantidad de años que lleva en el barrio: los primeros -los que se quedaron- están desde hace cuatro; los de sectores más nuevos, llevan dos; otros, meses; y algunos -que son como 300- apenas días. De los más viejos, al menos la mitad logró crecer junto con el barrio: ampliaron sus casas y las mantienen cuidadas. Muchos se fueron, y otros no sólo agregaron una habitación y cerraron el terreno, sino que iniciaron allí, en su mismo espacio, algún emprendimiento: kiosco, peluquería, servicios de fotografía, entre otros.

CLAUDIA

Este es el caso de Claudia Giménez, una vecina de las más antiguas: puso un kiosco. "Yo dejé mi casa y no volví nunca más. Estuve nueve meses en los ranchitos, más para el fondo. Hace un poco más de tres años que vivo en mi casa con mi marido y mis tres hijos. Antes de eso, vivíamos en el San José Obrero, entre Eva Perón y Barrera, un una zona inundable. Cuando nos llegó el agua vinimos acá. Eramos como 900 familias las afectadas, de distintas zonas de la ciudad".

Muchas viviendas fueron de destruidas, los que llegaron a los módulos no tenían otra opción. "Fue duro -describió Claudia- estar ahí, en los ranchitos, todos juntos, sin privacidad, sin baño, mientras se preparaban los módulos. Los iban sorteando por tandas, en la medida en que estaban listos. A mí me salió entre los últimos". Ella no volvió más, ni siquiera sabe si hay alguien ahora en la casa que dejó, si acaso existe. Decidió empezar de nuevo con lo que pudo salvar de la inundación, que fue muy poco. Pero sabe que muchos esperaron un tiempo y volvieron. 

"Me consta, muchos vendieron los módulos. Nosotros no tenemos el título, tenemos un acta de posesión. No se puede alquilar y, mucho menos, vender. Aquí al lado recientemente vinieron a vivir unos colombianos; aparentemente el antiguo vecino les vendió la casa. Eso está prohibido. Si no te gusta tu casita, si tenés otra cosa, y andá al Ministerio, devolvé la llave y ándate", expresó.

"El barrio está lindo, no hay graves problemas. De acá a unos años esto será otra Nueva Formosa", proyectó sintiéndose parte. Llegó hace cuatro años y hace dos que tiene a cargo uno de los kioscos del barrio, un ingreso complementario a su trabajo y al de su esposo, que, a su vez, les permitió agrandar y refaccionar su casa. Logró acomodarse.

PERLA


Sentada en la vereda de su casa junto a su padre, con uno de los hijos dando vueltas y el mayor trabajando en la pared de una nueva habitación, Perla, otra vecina, habló del barrio y de cómo, a la fuerza, lo adaptó como suyo. "Nosotros empezamos con las casillas, estamos en el barrio hace cinco años. Vine de Pantaleón Gómez y Barrera, del barrio Santa Rosa. Yo no quería salir, estaba sobre el terraplén, pero no tenía opción: se iba a levantar la barrera y sí o sí debía salir. Fue todo un tema venir", expresó.

Perla es de Riacho He Hé. Llegó a capital junto a sus dos hijos, cuando eran pequeños y se asentó en un ranchito prestado en una zona del Santa Rosa, hasta que la inundación arrasó con todo. "Me acuerdo de ese día. Hacía tres días que esperaba que me rescaten sobre la barrera con todas mis cosas, hasta que llegó el camión de la Municipalidad. Era de noche cuando me levantaron para traerme. Me acuerdo, se cayó el camión ese día. De mi casita no quedó nada, los empleados de la Municipalidad demolieron a palazos lo poco que el agua dejó. Hay casas que no se perdieron, y que ahora están habitadas, de nuevo", comentó.

Dejar un capítulo atrás no fue tanto, hasta que llegó y vio "el barrio petróleo", según lo nombró. "Todo era negro. Todo", dijo para aclarar. Llegamos, nos censaron y estuvimos allí durante seis meses. Algunos módulos ya estaban listos y otros se fueron construyendo en paralelo. Era un caos total. Le doy gracias a Dios porque yo estaba en la segunda casilla y no en la primera que recibía tiros, botellazos, machetazos, de todo", cuenta entre risas. "Fue duro, ahora me acuerdo y me río. Algunas casillas se quemaban", acotó.

"Ese ambiente violento cambió cuando nos pasamos a los módulos. Cuando vine con mis dos hijos a la casita, no tenía ni puerta. Pero estábamos contentos, ya sabía que era mío", resaltó. Hoy -mencionó- los inconvenientes son otros: más allá de algunos disturbios entre vecinos, lo más grave es que circula mucha droga en los jóvenes. Y si bien aseguran que la presencia policial es constante, sí es posible ver un grupo de adolescentes fumando marihuana en alguna esquina, un domingo, a las seis de la tarde. 


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