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Los recortes en la región preocupan más de la cuenta

Una columna de opinión de Alberto Medina Méndez



Muchos sectores de la opinión pública ponen un énfasis desmedido en las eventuales consecuencias negativas de una reducción del gasto estatal en las provincias del Nordeste argentino. Se escuchan insólitos análisis que eluden la realidad en vez de concentrar
energías en resolver el tema de fondo.

Pareciera que se cierne la tormenta sobre el país y especialmente sobre las provincias del Norte argentino. Al menos eso es lo que surge de la liviandad con la que opinan muchos referentes políticos y de los otros en estas horas.

Evidentemente han "comprado" el retrógrado relato de que un Estado que gasta mucho es bueno y uno que gasta menos es malo. Lo repiten como un axioma moral e intentan fundamentarlo con retorcidos ejemplos.

El debate pasa hoy por juzgar la temeraria decisión del Gobierno nacional de pretender que se comparta el esfuerzo en la reducción del monumental déficit fiscal estatal con las provincias bajo el controvertido criterio de la proporción de cada una de ellas en el
sistema de coparticipación federal.

Muchas jurisdicciones sienten que esto es absolutamente injusto porque esa dinámica no toma en cuenta la responsabilidad con la que cada distrito se ha desempeñado al momento de administrar sus presupuestos locales.

En definitiva, este esquema premia a los peores y castiga a los mejores. Después de todo, parece que da lo mismo hacer las cosas bien que mal o, si se prefiere, no tan mal que espantosamente horrible, como se confirma al observar empíricamente las cuentas públicas de varias provincias del NEA.

Lamentablemente, más allá de esta discusión, todo hace pensar que la negociación entre la Nación y las provincias será muy dura. Fuera de lo meramente retórico y de los alineamientos políticos, todos pelearán por cada centavo y no será sencillo lograr acuerdos que conformen a todos.
El Presupuesto del año que viene es lo que se debe construir casi artesanalmente y todo hace pensar que se pondrán sobre la mesa la totalidad de los asuntos para abrir el intercambio y revisar punto por punto.

En ese esquema, el arte pasará por hacer propuestas inteligentes, salir de la lógica tradicional y ganar el máximo de autonomía al momento de hacer propuestas que sean viables y seductoras para todas las partes.

Pero lo más importante es salir de esas falsas disyuntivas que intentan plantear que el escenario presente es trágico sólo porque los Gobiernos provinciales y municipales deberán ajustar y disminuir sus erogaciones.

Esa premisa está sustentada sobre la fantasiosa idea de que el Estado es el motor principal de la economía regional. En realidad, no genera riqueza alguna sino que sólo se consume la poca existente, esa que produce el sector privado con gran esmero y peleando contra molinos de viento.

Es justamente al revés. La debacle actual es producto de ese dispendio gubernamental, de esa desproporción entre lo que se crea y lo que se gasta. Ningún plan económico puede sustentarse con esa visión y es vital terminar con esa concepción sino se quiere recaer de tanto en tanto.

La tarea ahora no es montar una gran parodia sino ponerse manos a la obra y hacer lo necesario para salir de ese círculo vicioso. No hay que pensar en qué servicio público dejar de prestar sino en exterminar el despilfarro.

El municipio o la provincia que afirme que gasta bien, que es eficiente administrando los carísimos impuestos que pagan los ciudadanos con enorme sacrificio personal, miente descaradamente y sin pudor.

Todos saben que los gobiernos son ineficaces y que no son cuidadosos al distribuir los dineros públicos. Es una característica intrínseca del sistema y es muy saludable asumirlo con dignidad en vez de refutarlo infantilmente.

El Estado, en general, compra mal, paga más de lo necesario, negocia con laxitud y es poco profesional al ejecutar presupuestos. Esto no sucede porque sí, sino por una multiplicidad de situaciones que están largamente descriptas y ejemplificadas en toda la literatura
especializada.

En vez de enojarse con este tipo de consideraciones, va siendo tiempo de hacerse cargo y revisar con un criterio más despiadado cada uno de los ítems para identificar aquellos que no impactan en las verdaderas responsabilidades y obligaciones de los gobiernos.

No se trata de prestar menos servicios, o de hacerlos retaceando calidad, sino de sacarse de encima sin piedad todo aquello que no aporta, que no ayuda, que forma parte de las mañas de la política y que tan celosamente guardan como secretos quienes se aprovechan de
esas ventajas.

Los agoreros que vaticinan un caos local sólo intentan sacar provecho de una circunstancia política particular asustando a todos. Los que subestiman la cuestión también sólo aspiran a minimizar un eventual costo electoral.

En vez de que los dirigentes jueguen al gato y al ratón, lo que resulta imprescindible hacer es tomar el toro por las astas y ocuparse de acordar políticamente un razonable recorte del indisimulable derroche cotidiano.

La inmensa cantidad de gastos superfluos que burdamente se esconden deliberadamente con nombres grandilocuentes y aquellos otros que parecen casi imperceptibles suman enormes cifras. Es allí donde se debe trabajar fuerte para cerrar esta brecha que es la causa real de muchos tropiezos.


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