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El lenguaje hace al mundo

Por: Carlos Alberto Roble



Es indudable que entre una nueva sociedad y la vieja hay un espacio que lo rellenan los monstruos con mentiras, miedos, persecuciones y crisis.

El músico y compositor español Pedro Guerra escribió alguna vez en una de sus canciones que "a veces es difícil ser, lo que hay no siempre es lo que es y lo que es no siempre es lo que ves". Lejos de ser un juego de palabras, el sentido que encierran es mucho más amplio y, más aun, aplicable a los tiempos que estamos viviendo en nuestro país. 
 
Estas inocentes estrofas de una bella canción resultan ser la síntesis perfecta del contexto que lastimosamente vivimos y en el cual la democracia fue secuestrada por facciones antidemocráticas que nos inducen a ser una sociedad fascista, disfrazada de formalismos donde los ciudadanos solamente somos invitados para votar, creando así una democracia de baja intensidad. 

Al mismo tiempo, los oligopolios de medios construyen una verdad difundida hasta la saturación por todas las plataformas posibles, volviendo ese discurso falso en real, creando así una falsa conciencia. 
 
Estamos en plena refeudalización, donde no se tiene ni siquiera la mínima capacidad de crítica o de análisis de una sociedad, donde se golpea al indefenso y al más pobre, difundiendo un discurso de que cada día estamos mejor como sociedad, cuando la realidad es otra, totalmente distinta.

Un informe de la Universidad Nacional de Avellaneda publicado recientemente indica que sólo al 4 por ciento de la población argentina le fue mejor en estos últimos tres años. Más adelante afirma que la caída del nivel de vida de los argentinos es el más deteriorado de América Latina. Sin embargo -y a pesar de esos números catastróficos-, la población sigue repitiendo frases y conceptos amasados por este populismo de derecha que apela a convertirnos en enemigos de los pobres y de los desprotegidos.

Por esta razón, es imprescindible que los espacios de acuerdo social sean recuperados y sobre todo comprender que lo distinto no es sinónimo de enemigo, sino simplemente de ser diferente; y por sobre todas las cosas, entender que la sociedad necesita gestos solidarios y humanos para lograr la felicidad y bienestar.

Sin lugar a dudas, hoy estamos viviendo una Argentina con imaginarios poscoloniales en sociedades coloniales, vivimos una Argentina con imaginarios democráticos, en realidades dictatoriales, y lamentablemente siendo los carceleros morales y éticos de aquellos a los que se les dio la oportunidad que la cuna les negó.

Vivimos un tiempo de transiciones hacia una nueva democracia con justicia social y libertad, aunque aún estamos en medio del purgatorio pagando las cuentas de nuestros pecados veniales no perdonados.

Tal vez seamos nosotros mismos monstruos de nuestras sociedades, pero debemos no abandonar la idea de un futuro mejor pero sin mendigar por él en este archipiélago de despotismo sin dignidad.





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