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ARA San Juan: "Tenemos que ver cómo decirle a mi nieto que su papá ya no está"

Ricardo Gabriel Alfaro trabajaba en la cocina del submarino. "Vamos a pedir que lo refloten", aseguró su mamá desde la puerta de la Base Naval de Mar del Plata



"¿Vos sos la mamá de Gabriel? Yo lo conocía", se le acerca un hombre a Luisa Lerner, Luysy. Se funden en un abrazo, se toman las manos y lloran juntos. Minutos antes, a punta de megáfono, Luisa aseguraba en la entrada de la Base Naval de Mar del Plata que no se iban a detener en el pedido de que refloten el submarino ARA San Juan. Estaba acompañada por el resto de los familiares que organizaron los banderazos y los cortes de calle en el puerto. "No vamos a bajar los brazos", decía desafiante la mamá del tripulante Ricardo Gabriel Alfaro.

La madre guerrera se quiebra cuando le menciona a "Gaby". Ahora es otro chico, de unos 20 años, el que se le arrima para hablarle. Le cuenta que hace un año trabajaba en un edificio frente al puerto y que le tomó una foto al ARA San Juan el día que partía en su travesía final, el 25 de octubre de 2017. "Por favor, pasámela", le pide ella. También se abrazan, también lloran.

"Se ha dado un paso muy importante, que es la ubicación. Y ahora viene algo que quizás ya no sea lo más duro, pero que es difícil: reflotar el submarino. Eso vamos a pedir", afirma Luysy a Infobae, con los ojos azules todavía rojos y llevando como poncho la bandera con la que recuerda a su hijo.

Luysy se funde en un abrazo con alguien que conocía a su hijo en la puerta dela Base Naval

Tras la noticia de que el ARA San Juan había sido localizado a 907 metros bajo el mar, revelada el pasado viernes a la madrugada, las familias de los 44 tripulantes del submarino llevan su duelo de distintas maneras. Para algunas, haberlos encontrado es suficiente y prefieren que sus cuerpos queden sepultados bajo el agua. Otras, en cambio, reclaman que sean recuperados, tenerlos cerca por última vez. Luysy está dentro de este último grupo.

"Yo me tengo que volver este martes a San Juan. Pero seguiré las novedades desde allá porque estoy en permanente contacto con las familias. Hemos luchado muchísimo juntos. Esta ya es una gran familia de luchadores", confía. "Puede que haya cosas que por ahí no coincidimos todos, pero todo se conversa. Siempre estamos en la lucha", agrega.

El día que se enteró de la desaparición del submarino, Luysy no dio crédito y pensó que ya al día siguiente iba a recuperar la comunicación. Estaba en San Juan de franco trabajando en la refacción de su casa, en lo que la ayudaba un amigo de Gabriel. Fue él quien le avisó. Luysy tenía previsto viajar en esos días a Mar del Plata para ir a recibir a su hijo. Con el pasar de las horas y la falta de novedades, ese viaje se hizo por adelantado con la esperanza de poder encontrarlo.

"En julio, también se había perdido el submarino. Tenían problemas de comunicación, pero a las 24 horas aparecieron. Entonces yo pensaba que iba a pasar lo mismo. Me preocupaba, pero a la vez pensaba que ya iba a aparecer. Pero como pasaban los días y eso no ocurría, compré un boleto de avión y me vine. Cuando llegué acá y vi un montón de gente, me palpité que esto no sería fácil. Así fueron pasando los días y el submarino no daba señales. Al día de hoy no paramos. Y ahora la herida se abrió nuevamente", dice.

Luysy recuerda que su hijo, a quien llama por su segundo nombre, Gabriel, era alto y buen mozo, muy aplicado en el estudio y quien sintió la vocación de ser militar desde chico. Uno de sus tíos es un héroe de Malvinas y fue su tutor en la base naval de Puerto Belgrano. Según comparte su mamá, se anotó en la carrera militar a sus espaldas, porque ella trataba de convencerlo de ir a la universidad. "Eso fue en octubre de 1999. Al año siguiente, cuando tuvo los resultados, vino un colectivo de la Armada a la terminal de ómnibus de San Juan y subió. Quedó un gran vacío en mi casa", cuenta.

Gabriel era su hijo del medio y el único varón de la familia: tenía una hermana mayor y una menor. "Como era muy travieso, cada vez que tenía que ir a la capital de San Juan para hacer trámites, me lo llevaba conmigo y siempre quería volver a la casa con un juguete: un soldado o unas pistolas. Ya desde niño él soñaba con ser militar", evoca Luysi.

El pasado 2 de octubre, hubiera cumplido 38 años. Estaba casado con Andrea y tenía dos hijos, Camila de 18, hija de una pareja anterior de su mujer y a quién crió como propia, y Tiziano Israel, de ocho. "Tiziano tiene adoración por su padre. Es difícil porque nosotros todo este tiempo no le hemos querido decir que el papá ya no está y ahora vamos a ver cómo decírselo", lamenta.

"Lo que le habíamos dicho es que el submarino estaba perdido en el mar y que se estaba buscando. Ahora se encontró. Ahora pregunta por el padre", señala y se quiebra: "Sé que la vida continúa, que no se puede parar el mundo por esto, pero sentimos mucha pena".

Fuente: www.infobae.com
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