*Por Daniela Carrizo (periodista)Cinco meses de un debate en torno al aborto que separó al país. Cinco meses en los que la información -y la desinformación- salió del Congreso para desparramarse hasta los rincones menos pensados de la sociedad. Cinco meses en los que se tiñeron la calle y otros espacios de verde y celeste, dos colores que hicieron visible la diferencia entre dos líneas de pensamiento -y de poder- históricamente en disputa en América Latina y en el mundo. Así se dio la primera etapa del año, sumergido además en un contexto económico y social tristemente afectado por políticas de ajuste, materializadas en una ola de despidos masivos, en una ola de paritarias que no se acordaban, en una ola de protestas y movilizaciones diarias, en una ola de recortes y degradación de ministerios que tuvo como principales víctimas a la niñez, a los adultos mayores y las mujeres.
La segunda etapa del año comenzó similar y pasó rápido. La campaña por el aborto seguro y gratuito, que -esta vez- no fue ley, logró un nivel de discusión en torno a las cuestiones de género, impensado sobre todo en provincias como Formosa, con sociedades conservadoras y fuertemente arraigadas a la doctrina de la Iglesia Católica. Abrió una grieta además sobre conquistas ya obtenidas pero que poco se aplicaban o respetaban, como la Educación Sexual Integral y los derechos en torno a la diversidad de género.
La sensibilidad de la sociedad -a esta altura del año- habría afinado la lectura y ya no dejó pasar las demostraciones del patriarcado que hasta hace un tiempo eran imperceptibles. Así, la misma ola verde imparable que se levantó en pedido de "Que Sea Ley", como una segunda fase de esa primera que pidió "Ni Una Menos" cinco años atrás, se sacudió de nuevo tras el fallo judicial en el caso de Lucía Pérez y dijo: "Basta de Justicia Patriarcal".
El caso de Lucía fue el disparador para que se ponga la lupa sobre el Poder Judicial ante la falta de perspectiva de género en el tratamiento de los casos, en Mar del Plata, en Buenos Aires y en todas las provincias del país. En esa oportunidad, el colectivo Ni Una Menos convocó a un paro nacional de mujeres que, si bien fue repentino y sin la anticipación necesaria que lo garantice -ya que para el último paro general hasta ese entonces, el del 8 de marzo, se había necesitado un mes entero-, el movimiento feminista se acomodó como pudo, y lo hizo. En Formosa se realizó una concentración en la plaza San Martín y se invitó "a las que pueden parar y a las que no" a vestirse de negro y llevar el luto al trabajo, a la facultad y a todos los espacios de la ciudad. El paro fue más bien simbólico pero adhirió a la consigna de un colectivo autofortalecido que alcanzó en el 2018 un nivel de unión y expansión territorial sorprendente.
La misma ola que en octubre se concentró en un pueblito de la Patagonia para decirse "plurinacional" y fijar las estrategias de lucha de cara a un año electoral, se sacudió de nuevo a fin de año para demostrar que los abusos sexuales no son casos aislados y no responden a una cuestión moral sino política, y desafió al patriarcado contando diferentes historias de opresión, abuso, acoso, con la advertencia: "Mirá cómo nos ponemos".
El martes 11 de diciembre, el colectivo de actrices acompañó a una de ellas a realizar una denuncia pública televisada. Thelma Fardín relató crudamente un episodio de violación del cual fue víctima, a sus 16 años, que la marcó para siempre: su compañero de trabajo en ese entonces, Juan Darthés, la había violado. Los días siguientes, las redes sociales no paraban de reflejar historias personales que pasaban a ser colectivas, y mujeres de todas las edades, que hasta ese entonces no se habían repreguntado sus vivencias, empezaron a replantearse sus formas y modos de relacionarse, sus silencios e incomodidades.
En Formosa, ante un bombardeo de voces que incluso no medían el filo de las acusaciones, un grupo de profesionales decidió lanzar una lista de contactos para acompañar a las víctimas de violencia de género, y lo hicieron sin sello institucional ni mucho menos partidario. Más bien partió desde la sororidad*. "A partir de este momento, abrimos una red para brindar nuestro acompañamiento de manera gratuita a víctimas de violencia de género (niñas, adolescentes, jóvenes y adultas) que necesiten asesoramiento y contención ante un caso de violencia. No estás sola, animate a denunciar", decía el mensaje que se compartía continuamente en las redes y que incluía los números de teléfono de abogadas, psicólogas y comunicadoras. En pocos días, sus teléfonos explotaban de mensajes.
El 2018 fue un año de olas y contra olas, de discursos y contra discursos, de grietas y a la vez de vínculos que se crearon de manera orgánica y para no romperse. Un año donde el feminismo traspasó la centralidad de un país poco federal y los márgenes de la burocracia partidaria, sindical e institucional. Un año donde el feminismo, como una antítesis del neoliberalismo descarnado y del patriarcado históricamente instalado, emergió para demostrar que se puede -se quiere- hacer un Estado diferente: libre e igualitario. En algunas provincias entró más, en otras, menos, pero si hay algo cierto es que la ola feminista fue grande y se seguirá replicando hasta el 2019 o hasta que se caiga.
*Sororidad: Es un término muy valorado por el feminismo
que surgió como reacción a la idea de "fraternidad",
que tiene que ver con "fraters" (hermanos varones).
La sororidad tiene que ver con "Sores" (hermanas mujeres).
Se trata de un amor político entre mujeres pensado como
alianza solidaria para cambiar el sistema patriarcal
y para que no haya relaciones de opresión.