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Horadar la Palabra

A un año de la partida de la poetisa que supo sentar las bases del quehacer cultural formoseño junto a otros escritores de su generación, María del Carmen Cantero de Makuch pervive en el recuerdo de los suyos, en la importancia que reviste su obra poética para comprender las letras formoseñas y la inestimable entrega de un ser profundamente humanista




"Sin saber cómo ni cuándo, he aquí que me analizo. Esa necesidad de abrirse y ver. Presentar con palabras. Las palabras como conductoras, como bisturíes. Tan sólo con las palabras. ¿Es esto posible? Usar el lenguaje para que diga lo que impide vivir. Conferir a las palabras la función principal. Ellas abren, ellas presentan. Lo que no diga será examinado. El silencio es la piel, el silencio cubre y cobija la enfermedad. Palabras filosas (pero no son palabras sino frases y tampoco frases sino discursos). Imposibilidad de fraguar símbolos. De allí la imposibilidad de escribir obras de ficción".
La mayor herramienta del poeta acaso sea la palabra. En ella se debate el universo por completo, lo hace suyo y a la vez le es completamente ajeno al no poder dar con el mensaje preciso que traduzca su mundo intimista y reñido.
Alejandra Pizarnik se somete aquí a la terrible quimera que encarna lenguaje, silencio y una desesperada necesidad de decir lo indecible. Todo lo demás carece de importancia.
María del Carmen Cantero de Makuch ha vivido porque ha dolido cada partícula del mundo y se ha aventurado a horadar la palabra para intentar decirlo.
Nació el 23 de marzo de 1951 en Villa Adela, Santa Fe, y vivió su infancia y adolescencia en General San Martín (Chaco) y El Colorado (Formosa). Ya a fines de los años sesenta, egresa como Maestra Normal Nacional en Resistencia y allí ejerció la docencia hasta que se radicó en la Ciudad de Formosa en el año 1980.
De espíritu autoexigente y emprendedor, realizó cursos de Bibliotecología, Fotografía y Escenografía, y se desempeñó a lo largo de unos años en el periodismo.
Su compañero de toda una vida, Don José Makuch, la recuerda en diálogo con Cronopio: "María era poeta, pero también hacía periodismo. Ella entra a trabajar en la Dirección de Cultura en marzo del 84. Y ahí comenzó a incursionar en el periodismo. Era colaboradora de 'Nuevo Diario'. Pero siempre como colaboradora externa, porque era una mujer independiente. Ella ya había trabajado como correctora en el diario 'Norte' y 'El Territorio' de Resistencia, cuando tenía 17 años, y también era telefonista del Hotel Covadonga. Jamás tenía errores ortográficos. Y yo aprendí de ella a cuidar mi lenguaje al hablar y al escribir. Porque ella siempre me lo señalaba para que aprendiera. Ya en la Dirección de Cultura de Formosa, ella se encargaba de elaborar los partes culturales y los llevaba a los demás medios. Y tenía gran recepción, porque sabía siempre contactar a las personas adecuadas para trabajar. Después hacía reseñas de libros que ofertaban en las librerías y las publicaba en una columna del diario. Ella tenía gran talento para resumir e ir hilvanando toda la estructura de un texto con sólo leerlo apenas".
Por aquellos años, la esfera cultural formoseña demandaba mucho por hacer. Y en ese contexto, la tarea de María del Carmen se dio sin desmayo y con toda la dinámica que le permitían sus años de juventud. "Hasta 1995, ella fue muy prolífica en la tarea cultural y también en la edición de sus libros de poesía. Y en esos años fue que conoció a Orlando Van Bredam, a Margarita Diez, Héctor Rey Leyes, Armando De Vita y Lacerra, Luis Rubén Tula, Hugo Vergara Vai... Eran un equipo muy bueno; se juntaban y generaban cosas, promovían eventos, mesas de lectura, hacían publicaciones... Ella admiraba mucho a Van Bredam y eran un equipo genial para trabajar".
Fue en esos años que abordó un trabajo de investigación en la escritura local, con una participación antológica de diversos autores del medio, que llamó "El amor en la poesía formoseña" y cuya presentación fue en el Colegio Nacional en el año 1985.
María del Carmen era una mujer de ideas férreas en el ámbito literario. Sabía escoger muy bien las personas para trabajar y las que podían entrar a su círculo de amistades. Además, solía esquivar los ambientes o encuentros donde no se sentía a gusto: "Una vez la invitaron a un evento cultural, pero tenía un trasfondo político muy fuerte. La anunciaron por la radio, todo... Pero ella se negó a ir: 'Yo, proselitismo político con mi poesía no voy a hacer', decía. Ella siempre tuvo muy claro que su poesía no se casaba con la política y siempre separó su actividad literaria de lo político-partidario. De hecho, hay poesía de contenido social muy fuerte en sus libros, donde critica a la clase política de aquellos años", evoca Don Makuch.
Sus inicios en la literatura se remontan a su infancia, desde los nueve años, cuando comenzó a escribir sus primeros versos. Ya en su adolescencia, había desarrollado una gran capacidad para absorber anécdotas o vivencias de su entorno y convertirlas en poemas como si fueran experiencias propias. La empatía fue una de sus grandes cualidades. Su hija Vanessa la recuerda a partir de vivencias o historias de familia profundamente atesoradas: "Tenía una gran facilidad para ponerse en el lugar del otro. A sus 14 años, escribía canciones para un conjunto musical de General San Martín, en Chaco. Y ellos las cantaban. Además de tener el don de la escritura, sabía conmover como pocos con la declamación de sus versos. La primera poesía de mamá -nos contaba- surgió cuando, cerca de sus cinco años, le estaban poniendo las medias:

'En aquella casita,
me pondré un vestido
y medias de algodón.
Cof, cof... tengo tos'".


María del Carmen lograba horadar pacientemente la palabra, deshacerla entre sus manos como un puñado de barro. Escarbaba como quien busca bajo la tierra con las uñas sus mejores versos. La conmovían mucho las cuestiones sociales y le afectaban hondamente las injusticias. Entonces producía desde su rincón más doliente, como en "Más allá de las lágrimas" (1975); desde el encono más profundo, como en "Era muy largo el tiempo" (1979); o desde la devoción espiritual, como en "Versos para rezar" (2009). También editó "Mi voz, tu canto" (1991), "Mis versos para vos" (1999) y participó en las antologías poéticas "Tierra abierta a la flor" (1986) y "Poemario de once autores formoseños" (1993), entre otras.
Ya entrados los años noventa, encara una búsqueda más trascendente que decanta en una escritura mística, de la mano de los retiros espirituales ignacianos en Resistencia, y se va retirando de la actividad que demandaba cierta exposición. Conoce y forma parte de una comunidad que ponía en práctica las enseñanzas de San Ignacio de Loyola, como una búsqueda humanista que quería dar a conocer. "Ella se inclina hacia la poesía mística, porque estaba un poco hastiada de los vaivenes políticos. Y decide abordar algo más profundo. Tenía esa particularidad de ser demasiado condolente con la gente. Se dolía demasiado con las injusticias. Esto, sumado a una serie de experiencias muy duras que afrontamos a lo largo de la vida nosotros, como la pérdida de una hija y de otros seres queridos. Entonces ella quiere compartir sus experiencias. Fue allá por el 96 ó 97 que se puso en actividad para traer a Formosa los ejercicios ignacianos que había conocido en Resistencia. Ella sabía tanto del poder de la comunicación, que se afanaba en llevar su mensaje persona a persona. Y lo manejaba muy bien. Sabía que comunicar era la palabra clave para todo", recuerda su compañero.
Vanessa en tanto la memora como una mujer vivaz, que amaba cocinar y agasajar a sus invitados, que solía recitar poemas con una memoria prodigiosa, que adoraba viajar, encontrarse con el mar, con las bibliotecas, con sus lecturas infinitas de Borges, Dostoyevski, Storni, Martí..., con su poesía.
Luego de enfermar, casi como en un acto de rebelión o enojo, abandonó la escritura. Y se fue apagando lentamente con cada letra que no dijo. Nunca levantaba la voz, aseguran, pero también fue silenciándose para los demás. Hasta que mudó el lenguaje para siempre.
Borges aseguraba que la poesía nacía exclusivamente del dolor y que en cambio la alegría es un fin en sí mismo. Pizarnik planteaba en sus diarios la imposibilidad del decir a través de los símbolos. Y la eterna disputa con el silencio. Esa incesante búsqueda es lo que ha alimentado a María del Carmen Cantero a lo largo de su vida. Esta imposibilidad ontológica del lenguaje ha sido para ella el alimento de sus días, moldeando la palabra como quien socava una roca inerte para dar con el mensaje imposible.

Washington



SEMBLANZA DE UNA POETA ÍNTEGRA 

A María del Carmen Cantero de Makuch la conocí en 1984 en la Dirección de Cultura de nuestra provincia, donde ambos trabajábamos. Pusimos en marcha el Departamento de Letras con mucho entusiasmo durante la gestión de María del Carmen Nucci. La recuerdo como una mujer vivaz, eufórica, apasionada por la poesía. Recuerdo que me regaló sus dos primeros libros, "Más allá de las lágrimas" y "Era muy largo el tiempo", y durante muchas mañanas nos embarcábamos en interminables charlas y lecturas vinculadas muchas de ellas al rescate de nuestros autores locales.
Enseguida la admiré por la facilidad que tenía para versificar. Sus poemarios eran una prueba de ese talento natural para soltar sin demoras el endecasílabo o el octosílabo perfecto. Poseía un gran dominio del ritmo del poema, de la necesidad del quiebre y del sentido de la unidad que debe primar en todo texto literario. La poesía era para ella una continuidad de su corazón encabritado, como diría Leopoldo Marechal. María del Carmen escribía más con el corazón que con la cabeza, estaba más cerca de la sangre que de la tinta, como dijo García Lorca de Neruda.
De todos los poemas que se le han escrito a la ciudad de Formosa, hay dos que para mi humilde opinión son los más logrados. Uno es "Tarjeta postal" de María del Carmen Nucci y el otro, descollante, es "A Formosa" de María del Carmen Cantero de Makuch. Hay dos versos que siempre repito mientras camino por sus veredas:

"La veo a mi ciudad como un topacio
que va puliendo su lomo amarillento...".

En los últimos años de su producción, aparece enfáticamente su condición de cristiana devota y la poesía social en la que señaló la injusticia, la permanente inequidad humana.

"La boca dura sobre las migajas
con su bolsita sucia
y sin zapatos
la Nely pasa...".

Esta estrofa inicial muestra de manera irrefutable toda la dimensión de la indigencia, son versos musicales, precisos y dolorosos. Los sé de memoria y cada vez que me encuentro con gente como la Nely (hoy más que nunca) me los digo en silencio.
Si la gloria del poeta es un verso recordado, como dice José Pedroni, de María del Carmen hay muchos, muchísimos que me resultan inolvidables. Hay que volver a leerla y estudiarla.

Orlando Van Bredam



TODO LO QUE PASÓ YA NO VUELVE,
ESTABA ESCRITO DE ESA MANERA...


Era el sábado 26 de agosto de 1967. Estábamos invitados a un cumpleaños en Barranqueras. Éramos un grupo de ocho amigos en Resistencia. Planeamos ir en bicicleta, pero la mía se descompuso. Entonces llego caminando, con mucho retraso. No había nadie. Se habían ido todos. De repente, oigo una moto que llega. Un amigo me invita a otra fiesta. Y fuimos. Al llegar, alguien observaba desde dentro de la casa. Cuando termina la cena e inicia la música, la veo: una hermosa figura, pequeña... una guitarrita era ella. La invito a bailar con un gesto. Acepta. Yo acababa de cumplir 20. Ella tenía 16.
La próxima cita era el siguiente jueves en la biblioteca popular. Yo llegué un poco tarde. Ella no había ido, porque desconfiaba de que yo fuera. La cita era a las cinco de la tarde. Pregunto por ella y me dicen que no había ido. Entonces espero afuera, sentado. Yo había ido a las cinco y media; ella, a las seis. Esperé un rato hasta que llegó. Y nunca más nos separamos.
Yo no soy un hombre de lectura poética. La única poesía que leo es la de ella y la de mi hija Vanessa. Sin embargo, cuando ella terminaba de escribir un poema, yo era el primer oyente, porque en general me los leía.
Tenía un carácter muy fuerte. Pero cuando te enamorás de una persona, los defectos suelen ser nimiedades. Y nos queríamos tanto. Todas sus pasiones eran un motor muy fuerte para la escritura.
Yo pasaba a máquina todos sus textos. Todos los libros que ella editó yo los pasaba en limpio, transcribía los textos a máquina, me encargaba de la compilación y en algunos casos del arte de tapa. En las ediciones artesanales, por ejemplo, colaborábamos unos cuantos. Todos los cartones los comprábamos y los cortábamos con una cuchilla para fabricar las tapas.
Ella era una mujer tan íntegra y decidida a dejarlo todo en orden, que precisaba incluso la aprobación de los suyos para poder irse. Y así lo hizo, absolviendo y recibiendo la absolución de su entorno. Dejó en orden incluso hasta su partida. Yo la extraño, extraño su compañía. Pero a nivel espiritual, no dejamos nada pendiente. Lo saldamos todo. Todo lo que pudimos hacer juntos, lo hicimos.

José Bernardino Makuch 


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