Por Washington
Un puñado de heridas entrecosidas, palabra a palabra, verso a verso, texto a texto, va entramando “Despertaré jazmín”, el tercer libro de Vanessa Makuch, de reciente edición. Una recopilación de noventa y dos poemas que recorren el día a día de un proceso que va del duelo intimista al vuelo estrepitoso y decidido a sanar con los demás.
En cuanto al proceso que le dio vida, la autora comenta en diálogo con Cronopio: “La poesía que ofrece el libro fue surgiendo a partir de mi vivencia de los últimos meses de la enfermedad de mi madre y su partida física. Y ese caminito de duelo, de aceptar la pérdida, encierra el proceso para llegar a la concreción de este libro”.
En “Despertaré jazmín”, quien emerge del sueño en esencia es la palabra a medida que avanza la lectura, como si la intensión lírica fuera in crescendo y recobrando su fuerza expresiva entre resabios de un tiempo onírico. La pérdida está presente en toda su extensión, como un hado ineludible. Pero a diferencia de los otros dos libros de la autora, este es un espacio poblado de afectos, que también toman parte del todo. Ya no hay un río de miedos que sortear, no es necesario aventurarse a salvar las horas ni sus colores, sólo es preciso despertar, como mujer que encarna un yo lírico ya no desolado sino sostenido también por la fuerza enunciativa de los otros, con los otros.
Vanessa asume en este libro el pleno oficio de la poeta que traza su barrera de sosiego cuando escribe, a resguardo de un afuera tempestuoso, del abismo. Sus manos calmas van regando los jazmines que se esparcen en racimos, cual ritual en sinestesia, en el que se adentra a “comprehender” la hondura y la eternidad del amor, los “cielos rojos”, los “infiernos azules” y la prosa, que irrumpe de modo confesionario entre la versificación, abriéndose paso entre los poemas que duermen y los que despiertan progresivamente. Su “aporte en este mundo” es un cuadro vívido y profundo, un fresco de honda sensibilidad en este gentío de palabras que congrega cada texto.