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QUINTAESENCIA

Devorador de sombras

- Por Mario Jazmín



Tadakatsu se limpió la sangre de los ojos y sintió un sabor amargo de óxido en las amígdalas, unas imágenes se le enfrentaron de súbito, recuerdos de su niñez entremezclados sutilmente con percepciones de aquellos instantes. Solía enfermarse de la garganta cada vez que les pedía a los monjes de la casa de hielo que enfriasen su té. Solía tener fiebre y a veces, no siempre, alucinaba y tenía visiones. Una vez cuando volaba de fiebre en su lecho con su madre tomándolo de la mano, vio un elefante del otro lado del cerco de su rancho. Se vio tan real que hasta el día de hoy creía haberlo tocado. Casi recordaba la textura de la piel gris.

Al llegar, la tarde rayaba en un color naranja pálido como un lienzo con matices oscuros. Los cuervos croaban sobre los picos y los esqueletos de samuráis yacían atravesados por estalagmitas. Algunos cubiertos de enredaderas negras. Caminaban con cuidado con la hoja de sus armas entre sus ojos, Musashi hacía chistes acerca del cantinero extremadamente gordo que atendía en la posada de paso, cuando oyeron la carcajada que provenía de lo alto. Shingen, el hechicero, mago negro con una serpiente pintada con tintura blanca sobre el pecho y sortijas en todos sus dedos. Los maldijo y un silencio profundo se produjo. Las nubes empezaron a cubrir el valle con sus sombras opacas y los cadáveres cobraron vida con el espíritu de la enredadera negra.

– La enredadera del olvido – anunció Hideyoshi entre dientes. Cerró los ojos y ordenó atacar, los astros estaban de su lado aquella noche, pero debían confiar en su buen tino. Todos atacaron excepto Tadakatsu, quien se quedó con la cabeza gacha pensativo. Bajó su espada y cerró los ojos. No evocó en ese instante momentos de su niñez ni riñas con otros monstruos, sólo pensó en su hermano Takeda. Una frase de su boca, una canción. “Los cuervos aguardan, el festín de la carne, soy uno entre miles gritando por paz, paz a los hombres y a las bestias, paz para el soldado”.

Oyó sonido de pasto tronchándose, abrió los ojos y como por reflejo su espada se interpuso entre él y la cuchilla de su agresor. El esqueleto tenía la armadura del ejército encima, databa de tiempos remotos, una voz encriptada se filtraba entre los dientes rotos y cariados de la calavera, un gemido atrompetado que anhelaba carne. La enredadera se estiraba detrás de la nuca y dentro de la hojalata. La mandíbula del cráneo se abrió y un ojo amarillento asomó y vio en todas direcciones. El samurái dibujó un corte cuyo sonido opacó a todos los del ejército y la cabeza junto con el casco tocaron el suelo de roca. El trozo de enredadera cercenado serpenteaba aun cuando Tadakatsu lo vio a sus pies.
El devorador de sombras lo llamaban los clanes de ancianos guerreros, era en parte parecido a cierta clase de criatura demoníaca pero los monjes lo habían hecho con un corazón humano. Tenía una mente brillante y poder para evadir sortilegios en su piel. Tenía calaveras en su pecho y tripas que cruzaban su hombro y caderas. Una capucha sobre la cabeza que ocultaba su rostro y unas cuchillas guadaña de mango curvo en sus manos. Sus ojos fulguraron con astucia y dio vueltas sus armas sobre sus dedos.

Hideyoshi divisó entre el tumulto a un esqueleto con un pangolín entre sus dedos flacos, lo colocó a sus pies, éste se hizo una bolita y el huesudo lo pateó. El samurái creyó ver que crecía al acercarse. Lo esquivó en el último momento con un movimiento ligero de sus piernas. El animal medía unos tres metros de largo y tenía uñas inmensas, sus escamas se volvieron de un color púrpura y unas siete lenguas salían de su hocico bifurcado.

El gigante de dos metros y medio rugió a lo lejos y Musashi lo divisó, su digestión seguía su curso, las manzanas del huerto de esa simpática señorita eran las más dulces que probó en mucho tiempo. Se acomodó el mondadientes y se movió con sigilo caminando hacia un lado como un cangrejo.

- Acércate, grandulón – exclamó sintiendo una adrenalina que no lograba contener.

Éste era una pila de calaveras en su pecho con una grande con cuernos curvos hacia abajo en el hombro. Una carne gelatinosa se filtraba entre las calaveras, un brazo de esa resina se alargaba violentamente y golpeaba con una maza de hueso formada por dos partes y mejorada con una hoja sujeta con alambre de púas. En el agujero donde se suponía estaba el cuello había una mandíbula inferior con un parásito terminado en unas pinzas. Golpeaba con la maza a individuos de ambos bandos. Musashi repelió un ataque y volteó al esqueleto con el movimiento, lo pateo y arrojó contra el grandote. Éste lo apartó de un poderoso golpe. Entonces vio al samurái acercándose en el aire con su espada en alto. Musashi tocó el piso y ambas mitades del gigante se derrumbaron en el polvo.

El devorador de sombras se enfrentaba con sus guadañas a un esqueleto que blandía diversas armas en sus tentáculos enredadera y giraba como un torbellino. Una geisha se paró en medio del campo de batalla y emitió un grito. Se paró con sus manos y sus piernas se convirtieron en cuchillas dejando caer su manto. Al derrotar al demonio esqueleto, oyó pasos que se acercaban. La criatura reía como una dama tímida y monstruosa. Esquivó unos ataques de sus cuchillas y salto clavando una de sus guadañas de mano en el hombro de la bestia. La rodeó y le cortó el cuello.

Tadakatsu veía venir al esqueleto del mamut, los órganos se habían formado dentro y algo de fibra amarronada se extendía sobre las patas. Tenía un collar con púas y una trompa de carne gelatinosa que arrojaba engrudo corrosivo.

Tadakatsu dejó su muñeco samurái de madera sobre el barro y suspiro hondo.

- ¿Qué pasa, Tadakatsu? ¿Te rindes tan pronto? – preguntó Musahsi. Era un niño simpático y temerario, Hideyohsi tenía el espíritu del líder y era muy serio.

- No, no es eso, estoy algo preocupado por mi hermano, soñé que moría entre las llamas anoche.

- No te preocupes, Takeda es un gran guerrero.

- Sí, Tadakatsu, Takeda es el mejor.

- Sí, bueno, tal vez no deba preocuparme.

- Él siempre vuelve intacto de las misiones, no tienes de que preocuparte – lo animó Musashi.

Los amigos siguieron con sus juegos cerca de la muralla hasta el atardecer. Cuando volvían se enteraron de que la guerra había terminado, un niño llamado Doko les salió al cruce y les dio la noticia esa noche. Mientras cenaban, la madre de Tadakatsu le contó que su hermano volvería en cinco días.

El samurái despertó y se arrojó bajo el animal y le asestó un golpe en el vientre. Éste dio unas vueltas y se desplomó.

El devorador de sombras halló al hechicero y se preparó para recibir su ataque.

El hombre evocó a los espíritus antiguos, los mismos que atraían las visiones sobre los viajeros, y su cuerpo se rodeó de una niebla oscura. Al esfumarse, la serpiente gigante se irguió y abrió su capucha. Tenía una especie de ratonera encima y arrojaba sangre con saliva corrosiva. El devorador de sombras arrojó una de sus armas que se calvó en el paladar inferior. Saltó e hincó su arma en el vientre de la serpiente. Se deslizó hacia abajo dejando escapar un gas verdoso. El hechicero volvió a su forma original y falleció entre el pasto con los ojos perdidos y la boca inundada de sangre verde. Entonces el ejército se dirigió al río que cruzaba a unos metros y se hundió en el agua. Los samuráis festejaban cuando Tadakatsu se derrumbó hacia un costado. Al parecer, una espina de la enredadera del olvido lo había arañado. Los compañeros lo lloraban con el ánimo abatido cuando vieron al devorador de sombras, se hicieron a un lado y contemplaron cómo absorbía el veneno con su magia. Ayudaron a Tadakatsu a ponerse de pie y saludaron al devorador de sombras mientras se alejaba rumbo al sol, viendo el espectro de las tres lunas de primavera dibujarse sobre el firmamento rojizo.



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