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“RESILIENCIA” CERRÓ EL AÑO EN EL TEATRO DE LA CIUDAD

La fototaxia del artista

En “Resiliencia”, danza, música, teatro, poesía y fotografía se amalgamaron en una puesta ofrecida por un colectivo de artistas coordinado por la profesora Natalia Carabajal



Por Héctor Washington

“La vi morir muchas veces. Pero a mi manera, no a la suya. A la luz del sol, en la penumbra, a la luz de la luna, a la luz de las velas. En las largas tardes, cuando la casa estaba vacía. Sólo el sol nos hacía compañía entonces. No lo dejábamos entrar. ¿Por qué? Muy pronto llegaba el momento en que Antoinette ansiaba tanto como yo el acto que se denomina amar, y, luego, quedaba más perdida y confusa que yo.
- ‘Aquí, puedo hacer lo que quiera’, decía”.

Ir hacia la luz con determinación en busca de un destello, aunque en el intento esa obstinación suicida las devore. La irradiación del sol, de la luna, del fuego, las velas, el amor… da lo mismo. Jean Rhys retrata el destino infausto de Antoinette en “El ancho mar de los sargazos” (1966) trazado con la misma precisión que el de las mariposas nocturnas del caribe.

Este comportamiento extraño en este tipo de insectos aún es objeto de estudio y conjeturas por parte de los entomólogos. Aventurados a una explicación apresurada, concluyen: la novedad las aniquila, la sobreexcitación las hace presa de la luz y en esa atracción constante llegan a inmolarse.

El designio del artista parece transitar senderos análogos, fascinado -y a la vez atormentado- por ese resplandor: por un significante esquivo, una silueta en movimiento acompasado, los recovecos del sonido, jugar a ser otro sobre tablas, inmortalizar un instante... Un imperativo inapelable en un soneto de Darío: “Escucha la retórica divina / del pájaro del aire y la nocturna / irradiación geométrica adivina”.

De entre la maraña de papeles que crepitan, desechados, de palabras imposibles dispersas en derredor, emerge el lenguaje, orbitan los cuerpos, prorrumpen los acordes, el “memento mori” de una imagen capturada. La luz, en obstinada resiliencia.

Cecilia Ortiz, Laura Duré, Carlos Leyes, Karen Cantero, Walter González, Francisco Palacios, Marcos López, Agostina Ledesma, Mariana Ríos, Martín Iza y Natalia Carabajal presentaron lo que dieron en llamar “Resiliencia”, que más que un espectáculo de encuentro con las artes -que además contó con una muestra fotográfica digital por parte de Matías Boncosky-, devino por momentos en manifiesto, declaración de principios, “modus vivendi” de quienes baten las alas alrededor de la luz, pero que también sientan una verdad irrefutable que se vio intensificada a lo largo de este año tan complejo: “Arte es Trabajo”.

Patrocinada por el Ministerio de Cultura de Nación, a través del programa “Impulsar Cultura II”, la interpretación colectiva recorrió pasajes creativos de fuerte simbolismo y a la vez un compromiso político irrenunciable con el hecho artístico: revalorizar la actividad, visibilizar sus problemáticas e insistir en el reclamo de una Ley Nacional de Danza.

“Que los trabajadores culturales vivan de su arte depende del apoyo colectivo de su comunidad”: la cámara de Boncosky desnudaba así los entretelones de cada espectáculo a lo largo del año, el trabajo denodado previo a cada destello refulgente, la emoción de regresar al punto cardinal, como en el tango de Tavera, resucitar como Walsh en forma de cigarra en busca del sol para cantarle, transitar del témpano hacia el fuego en vuelo rasante, la palabra otrora transparente que dispara una muerte voluntaria. Baglietto sabe de demoras y de andenes.

“Cada ser humano posee una cantidad enorme de arte. Lástima que el arte está tan desvalorizado”. La interpelación al público es casi ruego, arenga, una invitación a levitar en la luz, a salir de la caverna platónica que aprisiona la verdad entre las sombras: “Imaginen por un segundo un mundo sin danza… sin música… sin fotografías… sin poesía… sin pinturas… sin esculturas ni dibujos… sin cine… sin teatro… sin gastronomía… sin arquitectura: sin cultura”.

“Ese instante, esa línea, ese texto, esa luz, esa canción… capaz nos roba el alma. Y si eso pasa, ese instante, ese momento, es lo más alto, es la perfección, la magia. Si damos la vida por ese momento, por ustedes, valen mil vidas más. Mil”. Buscándose en ese espacio refulgente, los artistas persiguen la belleza y se les va la vida en cada intento por asirla, sometiéndose a la luz, a los estímulos supernormales que despiertan sus obras, su obstinación, su inmolación por la causa… una “Argynnis paphia” persiguiendo la luz o fascinada por un cilindro colorido rotando sobre su eje.

- “Aquí, puedo hacer lo que quiera”, dicen. Y lo hacen.




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