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8M-DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER TRABAJADORA

¿Qué esconde Gilead?

- Colaboración: Claudia C. Canteros



Acercándonos a una nueva fecha de reivindicación de luchas y conquistas de derechos de las mujeres y disidencias y pensando hace días por dónde se puede encarar algún debate sobre los tiempos que vivimos, recordé uno de los libros más conocidos de la canadiense Margaret Atwood, “El cuento de la criada”.

Lo leí hace unos años y lo que surgió de la imaginación de la escritora en un futuro distópico, hoy es realidad palpable en nuestro país. La novela plantea un Estado autocrático dominado por una raza superior de varones, en los que la reproducción de su clase forma parte de una política de Estado. El control hacia la población es total: lo que leen, lo que comen, cómo se visten, qué pueden comprar, a dónde pueden ir, quiénes tienen hijos.

¿Por qué observo similitudes con el presente? Si bien no llegamos (aún) al tiempo de un control total por parte de nuestros gobernantes, no deja de sorprenderme cómo en un supuesto ropaje retórico de libertad, el resultado es justamente el contrario. Y ahí es donde permea el discurso de la antipolítica: elegimos un cambio para que “gente común” que nunca gobernó ni un centro de estudiantes venga a mejorarnos la vida y nos permita despreocuparnos de los problemas de todo tipo (económicos, sociales, culturales) que hace años nos aquejan. Ahora, en la realidad la preocupación cotidiana por qué vamos a comer, cuánto vamos a gastar, si podemos pagar los medicamentos en caso de que nosotros o nuestras familias se enfermen, es decir en vez de sentirnos libres para programar momentos de ocio y diversión, transcurrimos los días sobreviviendo y cargados de desasosiego. Nunca se sintió tan sombría la libertad.

En la República de Gilead, las mujeres eran reclutadas para concebir y dar a luz hijos a los Comandantes, no se preocupaban por nada, tenían comida y abrigo asegurados. Pero no siempre fue así. Antes, eran universitarias, tenían trabajos, podían casarse y divorciarse, podían interrumpir sus embarazos y también tener hijos, podían vivir en libertad. Decidían cómo vivir sus vidas sin que una fuerza superior decidiera por ellas. No eran un medio para conseguir un fin. Eran un fin en sí mismas.

Mientras leía el proyecto de la derrotada ley Ómnibus, encontré entre los artículos del capítulo de Niñez y Adolescencia que, dentro de las modificaciones a la Ley de los Mil Días, para aquellas personas que decidieran continuar sus embarazos el acompañamiento del Estado se limitaba a propender a la culminación de los estudios secundarios y el aprendizaje de un oficio. No está mal. Pero, ¿hacia dónde va la nueva (?) política de Estado? Si elegimos ser madres, ¿tenemos derecho a pensar también en ir a la universidad o en ser Presidentas de la Nación? ¿O solamente estamos siendo pensadas como recipientes en una Gilead cada vez más cruel y oscura?

La abrumadora marea mediática con la que el actual Gobierno nacional bombardea especialmente a los feminismos y a las diversidades sólo puede responder a la desesperada necesidad de ocultar el hambre deliberado y perverso al que someten al pueblo, como también a la ya incuantificable deuda externa en la que estamos inmersos. Estamos peor que antes, mientras quieren distraernos con el desfinanciamiento de políticas hacia la diversidad y conquistas de los feminismos. No nos piensen ingenuas.

Margaret Atwood, al final de la novela, explica cómo era Gilead: “Aunque indudablemente patriarcal en la forma, también fue en ocasiones matriarcal en el contenido, al igual que algunos sectores de la estructura social que originó. Como bien sabían sus artífices, para imponer un sistema totalitario eficaz, o cualquier otro sistema, deben ofrecerse algunos beneficios y libertades, al menos a unos pocos privilegiados, a cambio de los que se suprimen”. En la apertura de sesiones legislativas, el actual Presidente pidió sacrificios. No dijo a quiénes, porque lo que se calla también comunica. Quienes estamos haciendo sacrificios diarios desde que asumió somos la inmensa mayoría de un pueblo solidario y memorioso que, a pesar de sus contradicciones, no se resigna al lenguaje rimbombante de las redes sociales, padece día a día la política de ajuste y represión en beneficio de unos pocos y le opone respuestas creativas, fraternas y siempre colectivas.

¿Es irreversible? Confío en que no. No nos inmoviliza este rumbo, porque conocemos de luchas, de la historia que traemos, de lo que aprendimos, leímos, compartimos y discutimos.

Por eso nos organizamos para salir todas juntas a las calles este viernes 8 de Marzo. Como Atwood hace decir a una sobreviviente para que lo lea la protagonista: “No dejes que los cabrones te hagan polvo”. Gracias, Margaret. Por la literatura y la valentía.



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