Según nos relata Homero desde el Canto V de la Odisea, al menos siete años tuvieron que pasar para que Ulises fuera liberado por Calipso, cautivo en su remota Ogigia, isla en la cual la ninfa reinaba. Incluso llegó a ofrecerle al héroe griego la inmortalidad a cambio de que no la abandonara jamás. Pero la orden de Zeus era liberarlo de inmediato. Dotado de su astucia incomparable, Ulises construyó entonces durante cuatro días la balsa con la cual emprendió su ansiado retorno a Ítaca y al quinto se marchó, no sin antes recibir con agrado algunos regalos y una brisa mágica que lo ayudó a partir mar adentro.
Pero antes de llegar a la isla Esqueria, la furia de Poseidón (enfadado por la muerte de su hijo Polifemo) desató una enorme tormenta que lo arrojó de lleno a las aguas y destruyó su balsa por completo. Con la ayuda de Atenea, que calmó la tempestad, y de la diosa Ino, que lo rescató con su velo, Ulises nadó finalmente hacia la costa durante dos días.
Si acaso toda escritura literaria nos propone un viaje a través de los paisajes enunciados en su discurso, en Juan Páez ese periplo parece erigirse como un leitmotiv ineludible en cada una de sus obras, desde que inició, con la edición de “Música para aeropuertos” (2013), un viaje interminable a toda marcha hacia su Ítaca anhelada. Mientras tanto, la aventura mar adentro con el lenguaje supone una búsqueda incesante en cada una de sus obras posteriores en las que se propuso explorar las infinitas posibilidades que ofrece la escritura, desde la poesía a la entrevista, del discurso periodístico a la compilación de relatos orales, desde el abordaje ensayístico a la fotografía.
Algo más de una década quedó atrás desde que a través de la editorial “Intravenosa”, el autor ofreció su primer libro al mundo, como una ofrenda sagrada en la cual dio a conocer apenas una de sus facetas como escritor. Dispuestas en plaquetas intercambiables e independientes, la confección del libro como artefacto polifuncional conserva aún su novedad y el desafío de ofrecer al lector infinitas posibilidades de lectura.
Guardadas celosamente por una suerte de boxset asegurado con un cierre de contacto a velcro, cada plaqueta significa por sí misma, pero además conforma una pieza crucial en un todo semántico desde que unos versos de Susana Thénon nos anticipan las peripecias intimistas que recorrerá este naufragio lírico [“Sólo yo conozco el dolor / que lleva mi nombre”], a los que se sumarán citas de Gigliola Zecchin y María Negroni.
Todo elemento de desarraigo funciona como ligazón en los textos que componen “Música para aeropuertos”. El paso del tiempo, la memoria que va en busca de un pasado remoto, la huida, los ómnibus, los hoteles, los aeropuertos y el ansiado retorno a una tierra firme que no llega sin antes atravesar todo universo alegórico que remita al periplo de darse por entero a la palabra: la hermosa Helena, los cíclopes desafiantes, el propio Caronte remando en las aguas de la laguna Estigia: “su cuerpo es una barca / esta mañana / en la que cada palabra cuesta // la luz sobre la mesa es otra figura ausente / que rechaza los rescates / y desea el naufragio que el pasado le impone”.
Desde una individualidad que va difuminándose en el espacio vacío y se convierte a lo lejos en figuras apenas reconocibles en su portada, lo visual en esta obra construye también su propia semántica: los títulos en T emulando el movimiento al señalar de los puntos cardinales, los afectos a quienes dedicamos una parte nuestra apenas partimos, las pinturas y dibujos de Pablo Vinet, las fotografías de Luciana Pedicone Lewin y los dibujos digitales de Bruno Rojo… todo está dispuesto a zarpar hacia el dolor, la decepción, el desencuentro, la nostalgia y el desarraigo, al decir de Elena Bossi, a cargo de su contratapa/contracaja.
Como en cada viaje que emprendemos, todo lo deja atrás la palabra una vez explorada: “quienes no han llorado / en el asiento de un colectivo / nunca traducirán esto que nos pasa // no saben del paisaje / que también se marcha / por la ventanilla”, escribe Juan Páez desde el movimiento turbulento de un ómnibus que se marcha, de una turbina de avión cortando el aire, de una barca que parte el agua espesa a golpe de remo, da lo mismo. La escritura parece suponer sensaciones análogas: el duelo por el paisaje lingüístico recorrido / el vértigo por arrojarse a lo desconocido de otras latitudes, donde se puede ser Calipso, Ulises, la propia Ítaca o las aguas que lo acunan antes de la costa.
EL PAISAJE QUE TAMBIÉN SE MARCHA
“Música para aeropuertos” marca de algún modo el punto de partida de un viaje a través de la palabra. ¿Cómo ves hoy a esta publicación luego de haber transitado tanta experiencia con la escritura?
- “En 2013, la editorial ‘Intravenosa’ quería celebrar su décima publicación y, para hacerlo, editaron ‘Música para aeropuertos’. La invitación de sumarme a su catálogo de escritores éditos, en lo personal, resultó muy importante para mi carrera, porque se trataba de mi primer libro y ellos trabajaban con una estética que iba a tono con el modo en que yo visualizaba el poemario. Por eso, en cuanto me lo propusieron, acepté de inmediato.
Como lo señalás, coincido en que resulta el punto de partida, pero agregaría que es también el de llegada. Para su publicación, además de quienes integraban la editorial, me acompañó mucha gente. Por ejemplo, con Diana Bellessi lo trabajamos durante una serie de clínicas de poesía que, por ese entonces, dictaba en Formosa a través del Fondo Nacional de las Artes. Desde Jujuy, Elena Bossi lo hizo escribiéndole el prólogo.
También estuvo Analía Hounie, con quien hoy compartimos una amistad, porque ella, en ese momento, era directora -junto al escritor Luis Chitarroni- del área de Letras del FNA. Ambos propiciaron la creación de aquellas clínicas en literatura desde una mirada realmente federal y democrática. Fue gracias a esos encuentros que pude dar mis primeros pasos en el mundo de la escritura y lograr, más adelante, profesionalizarme como escritor”.
Vista desde lo formal, la obra se nos presenta en plaquetas, como postales de viaje que retratan el paisaje en cada destino. ¿Qué posibilidades de lectura te ofreció esta presentación a la hora de idear la edición?
- “Siempre tuve cierta fascinación por los lugares que escapan a las clasificaciones. Te diría que es una especie de debilidad por esos espacios llamados no-lugares. Sin dudas, los aeropuertos y las terminales son de mis favoritos, básicamente porque me recuerdan el movimiento ondulatorio del agua. Cuando estoy en lugares así, por ejemplo, suelo preguntarme si todos, tarde o temprano, llegan o se van. Y si no lo hacen, me pregunto ¿dónde permanecen? Es que son muy pocos quienes logran construir una habitación con grandes ventanales en estos no-lugares que identifico, claro está, con la escritura y la creación.
En cuanto a las plaquetas, recuerdo que durante un curso de posgrado que Raúl Dorra dictó en la UNJu, él mencionaba que los niños de la aristocracia latina, cuyos futuros estaban comprometidos con las funciones públicas de un buen orador, sabían tener experiencias lúdicas con las palabras a través de objetos con formas de letras. Para mí, el soporte material de un libro es muy importante. Es por eso que, primero con ‘Música para aeropuertos’, y luego con los siguientes, busco brindarle al lector una experiencia de lectura diferente a la convencional. Quiero que ésta comience con la materialidad del objeto libro. Que frente al libro, se pregunte ¿qué es?”.
Además, el corpus de textos es reforzado desde lo visual con pinturas y dibujos de Pablo Vinet, fotografías de Luciana Pedicone Lewin y dibujos digitales de Bruno Rojo…
- “La decisión de incluir sus obras tiene que ver con dos motivos: el primero, continuar la línea que advertí en los trabajos editoriales de revistas como la de Tarja en la que los escritores establecían diálogo con las producciones de diversos artistas plásticos. Pienso, por ejemplo, en el caso de los libros de Néstor Groppa y de Mario Busignani.
El segundo guarda relación con la experiencia que tuve con mis libros de infancia. En mi niñez, adoraba los ejemplares de aquella enciclopedia llamada ‘Lo sé todo’. Estos volúmenes tenían imágenes que llevaron mi creatividad a otro nivel.
Cuando conocí la producción fotográfica y dibujística de Bruno, Luciana y Pablo, descubrí que algunas de esas imágenes funcionaban como ecos o cajas de resonancia de algunos poemas que integraban el libro, y viceversa. Puedo decir que con ‘Música para aeropuertos’ tuve mi primera experiencia como curador de una pequeña galería de arte. Es un libro que nació del cruce entre investigación académica y creatividad; dos actividades que, en mi caso, con los años se volvieron una sola”.
Al contener numerosas plaquetas independientes, la obra propone diferentes caminos de lectura, incluso reforzando los textos con las plaquetas gráficas a gusto del lector…
- “Sí, efectivamente, decidí quitarle algunos corsés al libro en tanto objeto de cultura, liberarlo de algunas de sus tradiciones, para que ningún libro se parezca a otro. Sin un índice, páginas numeradas, o una costura que lo sujete, podía sentirlo respirar. La propuesta de trabajarlo desde estos detalles afirmaba mi premisa de que el lector podía apropiarse de él, jugar como lo hacían los niños-oradores con las palabras manipulando su materialidad. Un libro nunca sería igual a otro, como ocurre con las personas, como ocurre con las lecturas, como ocurre con nosotros mismos a lo largo de la vida”.
Referencias a Susana Thénon, Álvaro Cormenzana, Gigliola Zecchin, María Negroni, Gastón Bachelard, Marcelo Díaz y Elena Bossi [a cargo de la contratapa/contracaja] orientan de algún modo este viaje poético que el libro propone. ¿Solían ser tus lecturas por aquellos años? ¿De qué manera aportaron en tu oficio de escritor?
- “La escritura del libro coincidió con una época de muchos viajes. Sabía estar en dos, tres y hasta cuatro ciudades diferentes en un mes. Fue también una etapa de lecturas en las que resonaban palabras, reflexiones e imágenes que me resultaban cruciales para pensar mi propio proceso de creación. No sé por qué, pero cada uno de mis libros suele coincidir con un período de lecturas dispersas, sin embargo, todas ellas están unidas por un hilo invisible que las hilvana. Suelo leer así, pasando de un libro a otro sin escalas.
De las escritoras que leo y admiro, aprendo el oficio de la escritura, porque siento que tienen un modo diferente de entender la profesión que, por lo general, no la descubro en los escritores”.
PRESENTACIÓN DE “MÚSICA PARA AEROPUERTOS” [2013].
¿Cómo se cimentó la relación intelectual/afectiva con Negroni, Zecchin y Bossi, entre otros, que incluso fueron parte de las entrevistas de “La hija del inventor” pocos años después?
- “La amistad que compartimos está mediada por los viajes y las mudanzas. Además, coincidí con cada una de ellas en diferentes puntos de la Argentina, lo que a veces me hace pensar en que en realidad son los caminos los que se cruzan. Y cuando nos encontramos, por lo general, siempre tomamos un café, compartimos una cena o vemos alguna obra de teatro.
La publicación de ‘La hija del inventor’ fue un viaje al corazón mismo de la escritura y de la creación. Pude indagar sobre las cuestiones que a mí mismo me generaban un estado de extrañamiento en relación al acto de escribir y los procesos personales que uno atraviesa en ese devenir. Estoy muy contento de que el libro de entrevistas se haya publicado después de ‘Música para aeropuertos’, porque esas conversaciones me permitieron completar la visión que aportan los epígrafes a las composiciones que integran el poemario”.
En el interior del boxset, hay numerosas postales con su correspondiente dedicatoria a los afectos. ¿Qué solías dejar y llevarte en cada viaje, en el sentido emocional que funcionó probablemente como pulsión para escribir este conjunto de plaquetas?
- “Creo que en toda dedicatoria hay un mínimo gesto de despedida. Me alegró, por ejemplo, que Álvaro Cormenzana supiera que algunos de sus versos estaban como epígrafe en algunos de mis poemas. Cuando leyó el libro, escribió una reseña. Si no me equivoco, creo que fue la única reseña que escribió en su vida. Gracias a este libro, compartimos una amistad que se acentuó, en especial, durante el tiempo en que me mudé al Litoral. Sabía decir que el trabajo que realizó la editorial se parecía a la labor de los monjes del medioevo”.
Sobre este libro, Elena Bossi nos habla de un “Ulises contemporáneo que deambula”. Como viajero permanente a través del lenguaje y a más de una década de esta publicación, ¿cómo anhela su Ítaca Juan Páez en este periplo eterno que es la escritura?
- “Me gustan las islas, en especial, esas que están habitadas sólo por palabras. A más de una década de su publicación, el libro todavía me genera mucha ternura, porque en él están esos recorridos, físicos y simbólicos, que todavía descubro. Además, hay un dato no menor que tiene que ver con la necesidad de contar con espacios de publicación que te profesionalicen como escritor o escritora. Yo lo tuve y eso es un gesto que siempre agradeceré. Para mí, la publicación de ‘Música para aeropuertos’ fue un hermoso trampolín, porque luego de él, llegaron doce o trece títulos más. De hecho, hace muy poco se publicó ‘La noche no deja de venir’. La Ítaca que anhelo tiene muchas aristas y todas ellas están atravesadas por ese deporte llamado Escritura”.
PRESENTACIÓN DE “MÚSICA PARA AEROPUERTOS” [2013].